¿Estaré siendo una buena madre? ¿Y si me equivoco? ¿Estaré haciendo bien? ¿Seré suficientemente justa, alegre, disciplinada, divertida etc.? Estas y otras muchas preguntas llenas de angustia, aparecen en algunos momentos en la cabeza de muchas madres y a pesar del amor con que cuidan a sus hijos e hijas, en ocasiones la duda acerca de si están haciendo o no lo correcto, aparece y genera alguna que otra noche de insomnio acompañada en ocasiones de angustia y un indefinido sentimiento de culpa.
En la era digital actual, no es difícil encontrar a golpe de click remedios y consejos para ser una buena madre. Poder llevar a cabo nuestra responsabilidad con satisfacción, aceptando nuestras propias equivocaciones y alcanzar cierta serenidad en el ejercicio de la maternidad, tiene muy poco que ver con cualquier “recetario “y más con una reflexión profunda. En este artículo, os invito a tomar pequeños momentos de reflexión gustosa sobre este tema.
Prepara tu taza de té, tu copa de vino preferido o cualquier otra cosa de la que te guste disfrutar y disponte a pasar un ratito contigo. Para, respira y … escucha lo que tienes que decirte.
¿Qué tipo de madre quiero ser?
Puede que la pregunta parezca obvia, pero también es posible que no lo sea tanto. Dediquemos unos minutos a revisar nuestras creencias acerca de lo que se supone que debe ser una buena madre: ¿debe saber cocinar equilibradamente, tener la ropa siempre lista, la casa arreglada, no perder nunca la paciencia, tener un master en pedagogía y otro en mediación de conflictos, saber todas las respuestas a las preguntas posibles y … además estar alegre , cuidada y sonriente?
Seguramente muchas de nosotras nos identificamos de algún modo con estas creencias . Puede que no sea así, pero nuestro entorno presiona para que nos amoldemos a esta forma de entender la maternidad ; en cualquier caso…¿Alguna vez nos hemos parado a pensar en si es realmente posible? ¿Cuánta culpa nos genera pensar que no llegamos a este estándar? ¿Qué precio pagamos por funcionar con estas creencias como brújula? ¿Cuánto sufrimiento hay en las comparaciones con otras madres “más perfectas”?
Este estilo de pensamientos confluye en nuestra rutina sin que seamos conscientes de ellos, y van minando nuestras fuerzas sembrando dudas, frustración, pérdida de confianza, cansancio y culpa.
Sin embargo…. Hechas estas reflexiones, pongamos manos a la obra y el foco en lo que de verdad importa: el tipo de vínculo emocional que establecemos con nuestros hijos e hijas y la calidad emocional de nuestros encuentros. Lo fundamental en el ejercicio de la crianza es construir este vínculo con buenos ladrillos emocionales. Es en este bienestar emocional en el que debemos invertir nuestra energía y poner nuestra atención.
Este bienestar emocional es difícil de conseguir si nos sentimos agotadas, llenas de responsabilidad, llenas de culpa y frustradas siguiendo un ideal que difícilmente alcanzaremos.
El trabajo no es tanto hacia fuera sino interno
Para ser buenas madres es fundamental que no nos olvidemos de nosotras mismas. La maternidad no es nuestro único rol también somos profesionales, amigas, hermanas, hijas y nada de esto termina con la crianza. Es importante seguir nutriendo todo esto que también somos, ya que de otra forma queda fagocitado por el rol de madres y nos va empobreciendo, haciendo que una parte de nosotras vaya secándose, perdiéndose.
En el caso de las mujeres en el que el rol de género desequilibra aún mucho más la balanza, esto es aún mucho más importante de reivindicar. Sobre nuestros hombros recae mucha más tarea objetiva, pero también mucha más expectativa social y una mayor exigencia de “impecabilidad”. Por esto es tan necesaria la reflexión personal; para no quedarse atrapada en expectativas que sin duda no son únicamente personales sino sistémicas pero que podemos matizar y regular.
Para ser una buena madre, es fundamental que aprendamos a disfrutar de la vida, a pasarlo bien, a buscar el equilibrio entre lo ideal y lo posible y no olvidar lo que realmente importa: la calidad de nuestros vínculos. Este será el mejor regalo que podamos dar a nuestros hijos e hijas y será al mismo tiempo el mejor modelo educativo que tengan disponibles.
Casi sin darnos cuenta, de una forma más ligera que si nos ocupásemos de la lista de “deberías”, vamos enseñando a cuidar las relaciones, a disfrutar de los pequeños momentos, a superar las pequeñas frustraciones del día a día, etc.
Si nos dedicamos tiempo de calidad, el tiempo que nos nutre, eso se reflejará en nuestra disponibilidad ,nuestra alegría, nuestra facilidad para surfear las dificultades y por lo tanto en reforzar un vínculo seguro, afectuoso y presente con nuestra prole. En el tiempo que dedicamos a nuestras amistades podemos enseñar que los amigos son fuente de alegría y de apoyo y que hay que cuidarlos; cuando pedimos tiempo para disfrutar de alguno de nuestros hobbies (cine, lectura, deporte…) estamos mostrando la importancia de los límites y del auto-cuidado. Cuando pedimos que respeten nuestros tiempos de descanso , estamos dando clases de salud y de respeto.
Cuando dedicamos tiempo a cuidar nuestra relación de pareja, estamos haciendo pedagogía amorosa, siendo maestras del cuidado, del amor, de la dedicación y de la importancia de que estos valores sean compartidos y recíprocos.
Cuando nos enfadamos porque no han respetado nuestros límites, mostramos que no todo vale y que el amor no puede ser una forma de justificar la ausencia de respeto y tampoco una justificación para perpetuar el cansancio, el servicio o la entrega. Cuando abogamos por la colaboración y la corresponsabilidad, enseñamos la importancia de la cooperación, el logro de sumar esfuerzos, la importancia de llegarjuntos aunque no lleguemos tan lejos y sobre todo que ser padre/madre no es convertirse en una alfombra que pueda ser pisoteada.
En definitiva, para ser una buena madre o un buen padre, hay que hacerlo mal, hay que dejar algún cristal sin limpiar para ver una buena película, comer alguna pizza en pijama para dedicar un tiempo a los amigos, llevar alguna camisa sin planchar por disfrutar de un par de horas de sueño , de sexo o disfrute.
Hay que “hacerlo mal y pasarlo bien”. De esa forma podremos aligerar el equipaje en el ejercicio más difícil del mundo, podemos soltar la culpa y los reproches y hacer desaparecer de nuestro vocabulario la palabra “sacrificio”, el mohín permanente de cansancio y los cafés llenos de quejas. Ser madre o ser padre no es una carga, nadie quiere madres o padres perfectos porque se agotarán tratando de tener hijos o hijas perfectas y lo cierto es que ya lo son; nuestra única tarea es disfrutarlos y que nos disfruten. El resto vendrá solo. La principal receta para ser una buena madre es…… olvidarse de las recetas.
Vivir sin olvidarte de ti, convertirte en prioridad, introducir entre los tiempos de la agenda también tus necesidades con la misma importancia que tienen las del resto de la familia, apoyarte y generar redes para buscar tiempo, poner voz a tu cansancio y luz en las prioridades que son las que tienen que ver con los vínculos, con el bienestar emocional, con aquello que nos saca la sonrisa….
No olvidar las fortalezas propias, aquello que sabes que haces bien, incorporar aquellos aprendizajes que sean necesarios y tener siempre claro que para tus hijos, ser “la mejor madre del mundo” y “el mejor padre del mundo”, tiene una relación directamente proporcional con la calidad de los recuerdos construidos. Ahora solo queda…. ¡¡¡¡¡¡Pasarlo bien ¡¡¡¡¡
Martha Ubieta, psicóloga y sexóloga
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