¿Y si se lo contamos? Los secretos familiares y cómo les afectan

“A pesar de que sus padres nunca le dijeron que no era hija biológica, Aldana puede identificar algunas situaciones en las que la forma de dirigirse de su madre de crianza la hacía sospechar. “Sos una villera, volvé a la villa”, eran frases que alguna vez su madre de crianza utilizó u otras referidas a su aspecto físico: “pareces una india, pareces una gitana […]. Yo hacía cosas que no tenía permitido hacer, por ejemplo, hacerme trenzas, yo no me podía hacer trenzas porque me veía demasiado étnica, por llamarlo de alguna forma, o no podía usar bolsas de plástico porque las empleadas domésticas usan las bolsas de plástico, entonces vos no las podés usar, me decía”. (Reconstrucción del caso de Aldana, entrevista realizada el 26 de abril de 2012)”

GESTEIRA, SOLEDAD SECRETOS, MENTIRAS Y ESTIGMAS. LA BÚSQUEDA DEL ORIGEN BIOLÓGICO COMO UN TRÁNSITO DEL COMO SI AL CÓMO FUE Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología, núm. 21, enero-abril, 2015, pp. 165-184 Universidad de Los Andes Bogotá, Colombia

Las familias crecen como árboles de vínculos, de historias, de lealtades y traiciones. Con raíces más o menos tupidas, cada nueva rama emerge su recorrido como una novedad, con el deseo de florecer, de seguir dando fruto. En ese tránsito vital, la necesidad de pertenecer al tronco familiar se puede formular como la ley de la gravedad que rige el destino de cada rama. Necesitamos pertenecer. Y cada conducta, actitud, silencio u obra que nos aleje de esta pertenencia lo vamos a vivir como deslealtad, dolor, tristeza, culpa. En la pertenencia nos jugamos el sentido del ser. Y consciente, y sobre todo, inconscientemente, hacemos cualquier cosa por seguir perteneciendo, sea como una rama triunfante y nutrida, o como un nudo que endurece, pero que a su vez conforma la fisonomía del árbol.

En esta trama de vínculos, los secretos familiares juegan una parte importante del relato que hereda cada una de las ramas. A través de lo contado en las esquinas familiares, de lo escondido, de lo que todo el mundo sabe, pero nadie habla. Los secretos son parte consustancial a la familia. Si hay familia, hay secretos.

Un padre o una madre que no sabe si contar o no un pasado familiar de abusos, un hijo que se entera en la adolescencia de una infidelidad de uno de sus padres, el darse cuenta de que uno no conoce nada de la familia del padre o de la madre, un abandono del que no se sabe el motivo, una adopción no revelada, la existencia de un hermano no reconocido, el contar o no una enfermedad, una muerte que nadie sabe a qué se debió, la existencia de una pareja anterior, el porque nos hemos distanciado de la familia del hermano, de los primos… Estas historias nombradas en voz baja o escondidas en armarios con llave, recorren y configuran las geografías familiares.

Los secretos están y, quizás lo primero, sea entender que son parte y que van a seguir habitando los recodos de nuestras vidas. No se trata de intentar generar familias sin secretos. Sino de entender qué papel juegan, cómo nos afectan, qué consecuencias tiene guardarlos o atreverse a revelarlos y, en ocasiones, cómo hacer para poder abrir esa caja, con la intención de dar salud a ese brote que somos, o a ese árbol que nos configura.

Ocultándonos frente a la moral social imperante

Cuando hablamos del secreto hablamos de una realidad o vivencia que alguien decide ocultar de manera intencionada y que cumple una función para esa persona o personas que lo ocultan. El secreto tiene que ver con la intimidad, la privacidad, la imagen propia y familiar que va evolucionando y adaptándose a partir de las normas sociales imperantes.

¿Qué escondemos a través de un secreto? Hace generaciones se escondía el hecho de ser “madre soltera”, o una relación interracial, los hijos “fuera del matrimonio”, los matrimonios no reconocidos por la familia, las relaciones homosexuales o lésbicas… Hoy, cuando hablamos de secretos, seguimos hablando de la violencia, delitos, agresiones, deshonras, suicidios y, cada vez más, de abusos, situaciones económicas desfavorables, conductas xenófobas, homófobas…. Hemos evolucionado y, a partir de esta evolución, hay muchas vivencias que hoy no es necesario ocultar. Secretos que se nos invita socialmente a desvelar. Y también otras situaciones o experiencias, como siempre sucederá, emergen como nuevos tabúes promoviendo silencios que traman nuevos secretos a esconder.

Secreto y privacidad

Es importante destacar que los secretos están vinculados con la privacidad. Es por ello, que no tienen por qué ser vistos como un componente negativo, sino como una protección, en algunas ocasiones, tambien necesaria. La privacidad es un elemento constitutivo de la propia identidad, imprescindible para configurar nuestras estructuras de personalidad. Necesitamos tener la sensación de que podemos desvelar o mantener ocultas acciones, situaciones o partes de nuestra identidad que no deseamos revelar. Sentir que tenemos capacidad para mostrar u ocultarnos del juicio y la mirada de otras personas. Es importante que las familias tengamos conciencia de la trascendencia de proteger esta necesidad. Que nuestros hijos e hijas sepan que nos pueden contar o no lo que deseen, que no vamos a leer sus mensajes o espiarles, salvo en situaciones excepcionales de riesgo, o como parte de un educar progresivo en la responsabilidad de lo que pueden contar o no.

En este contexto el secreto nos protege y protege la intimidad de nuestros hijos e hijas. Tomar conciencia del derecho a nuestra propia intimidad, incluso cuando esto suponga esconder determinadas facetas, situaciones o vivencias, es un paso importante en nuestro desarrollo madurativo.

Del mismo modo, también es fundamental hacernos conscientes de cómo el mantener los secretos nos exige y afecta tanto personal como relacionalmente. Esconder intencionalmente situaciones, aspectos de mi vida o vivencias no sale gratis. Tiene un coste que, en ocasiones es muy elevado. Tanto a nivel personal como relacional, cuando no somos las únicas personas involucradas. Lo que escondo me afecta y afecta también a otras personas.

Cuando oculto algo de mí o de otras personas, gasto una parte de mi energía en mantener ese secreto, me dejo de mostrar y seguramente tenga que sostener la culpa de juzgarme deshonesto, ocultador, insincero… Por otro lado, cuando para mantener oculta una situación que me avergüenza o un acto que he realizado involucro a otras personas de una manera amistosa o coercitiva para que me guarden el secreto, tengo que ser consciente de las consecuencias de este acto. Tanto para mí como para las personas en las que confío, o deposito el secreto.

A veces serán pactos tácitos, otras explícitos y acordados. En ocasiones serán situaciones anecdóticas, que no tienen por qué dañar si son consensuadas, si no implican contenidos de gravedad, o no vinculan emocionalmente de manera intensa. En otras situaciones, el mantenimiento de los secretos tanto desde la amenaza o la coerción, como desde la lealtad y el encubrimiento mutuo, imponen situaciones que a lo largo del tiempo van a conllevar consecuencias en ocasiones incluso de gravedad. Así, no pocas situaciones de malestar e incluso enfermedad mental pueden tener relación directa o indirectamente con el mantenimiento de secretos en el ámbito, sobre todo, familiar.

En el juego entre estas dos miradas al secreto (como aquello que me protege y como la carga que sostengo o genero) va a manejarse la decisión de desvelar o seguir manteniendo ocultos los secretos.

Las diferentes posiciones frente al secreto y su función

Frente al secreto que guardamos, o que guarda algún o varios miembros de la familia, nos vamos a encontrar en diferentes posiciones. En la posición de víctimas o de perpetradores (agresores, abusadoras, …) frente a una situación que ha ocurrido y que, por vergüenza decidimos, o se nos obliga a ocultar. También podemos ser portadores de secretos de otras personas que de una manera, cómplice o forzada se nos confían. Finalmente, podemos ser personas excluidas de secretos que nos implican de maneras relevantes (padres y madres desconocidas, suicidios de personas importantes para nosotras, adopciones no reveladas…) Hablaremos también de secretos en el ámbito intrasubjetivo (vinculado íntimamente con cada uno de nosotros y nosotras), intersubjetivo (secretos relacionados con ámbitos familiares y relaciones de proximidad) o transubjetivos (que apunta al ámbito menos cercano de relaciones de pertenencia social y cultural).

Cada una de estas posiciones conlleva unas implicaciones diferentes y será en este ecosistema posicional donde podremos empezar a preguntarnos por cuáles son las funciones del secreto. El para qué los guardamos. ¿Para protegerme del miedo a una posible reacción, para no deshonrar la imagen familiar, por lealtad a tal o cual persona, como una moneda de cambio por con la que poder defenderme, …? El secreto se convierte en un elemento de poder o de impotencia, de valor, o de peso que nos cuesta llevar, una carga que nuestros cuerpos penan por no soltar, o un elemento que nos vincula, que concita alianzas, o un vacío que no sé explicar cómo, pero que siento como una forma de exclusión. El secreto une y separa, nos habita como carga o como una neblina difusa que nos confunde.

Los secretos como “juego” de lealtades

Como apuntábamos en el párrafo anterior los secretos generan vínculos y se mantienen por lealtad. De hecho, pueden ser uno de los elementos más vinculantes de los hilos relacionales en las familias. Es obvio que, en “sociedades familiares” como la mafia o las sectas, los secretos son un elemento crucial para mantener la doctrina y condenar la disidencia. Hay cosas de las que no se puede hablar. Y quien lo hace rompe un pacto, en muchas ocasiones tácito, pero implacable. Por eso abrir un secreto a la luz es un ejercicio a veces tan costoso. No se puede hablar de determinadas cosas y hacerlo tiene un castigo.

Desde un punto de vista constructivo será importante entender y preguntarnos a quién estamos siendo leales cuando ocultamos estos secretos. ¿Acaso no decirles a nuestros hijos que son adoptados, es bueno para ellos o ellas, o mantenemos lealtad a nuestros padres o madres, o a esa imagen que hemos heredado familia feliz o de determinada clase, estilo…? O el cómo hablar de determinadas cosas en la familia, nos hace romper con lealtades de silencio, vinculadas con determinadas personas que son significativas e importantes para nosotros.

¿A quién soy leal ocultando este secreto? E incluso, por rizar el rizo. ¿A quién soy leal cuando lo desvelo? Lealtad y secreto son dos caras de la misma moneda.

Qué consecuencias puede tener guardar o no desvelar un secreto.

Las consecuencias de mantener los secretos pueden ser muy variadas incluso, en ocasiones, pueden conllevar vivencias de gran sufrimiento psíquico. Y es que, no es lo mismo ocultar una infidelidad de hace 20 años, que una no paternidad no desvelada que, de algún modo, se plasma en el inconsciente de un hijo que no se siente reconocido por su padre. O una madre que esconde con culpa y frialdad su no deseo haber dado a luz, siendo obligada por sus padres o su pareja y lo que eso significa de distancia, sobrecompensación, o agresividad con respecto a su hijo.

Lo que implica a nivel personal sostener una fachada que esconde una parte de la vida, de la personalidad, un acto puntual o reiterado. Partes de nosotras a veces escindidas, olvidadas o disociadas, otras ocultadas conscientemente. El desgaste psíquico de haberse visto manipulada para ocultar algo por un “bien mayor” (la honra familiar, la decencia, el no alarmar a los hijos), de generar una red de silencios, incluso de ir construyendo un tejido de mentiras que recubran el secreto original. O el miedo al ser obligado a callar bajo amenazas. Vivencias que duelen dentro como fuegos queman sin apagarse.

Y lo que implica también a nivel relacional en el marco de las familias. Lealtades, alianzas, presiones, vínculos viciados por el hecho de tener que guardar silencio, de ocultar. La rigidez de estructuras y dinámicas familiares en las que todos y todas saben que hay un elefante en la sala y nadie va a nombrarlo. Lo que implica de relaciones estereotipadas en las que no podemos dejarnos ser, dejarnos contar, ser vistos y vistas con naturalidad, de manera fluida.

El secreto como parte de lo no nombrado y del inconsciente familiar

Es importante apuntar que, aunque los secretos no se revelen, a través de lo “no dicho” de los silencios, siguen tejiendo sus hilos invisibles. A veces incluso de maneras más determinantes que con lo que nos decimos o contamos. Como en los icebergs lo más importante, lo que nos sostiene, está oculto y se transmite como sabia que circula silenciosa por el tronco. Lo que no se nombra, pero está, lo que incluso, de no nombrarse, pasa a ser parte del inconsciente familiar. Las rencillas entre los hermanos, las agresiones veladas u ocultadas, las preferencias, los linajes invisiblizados, vidas paralelas, hermanos no reconocidos, muertes en circunstancias no desveladas…

Queramos o no los secretos en muchas ocasiones van a trascender lo nombrado. Así, se posan en nuestros cuerpos y los de nuestros hijos e hijas de maneras poco definidas, pero presentes. Como una extrañeza, un vacío, como aquello de lo que no se habla, que hiere sensibilidades. “No sé por qué, pero mi familia hay miedo a los hombres”. O “no sé por qué, pero siento que mi padre no me tiene el mismo afecto que mi madre, es como que me rechaza”. “No sé por qué, pero me siento ajeno a esta familia”.

Son muchos los estudios en la literatura psicológica donde se sostiene la evidencia en la transmisión de los secretos. Muy interesantes a este respecto los estudios realizados, por ejemplo, con hijos adoptados que desconocían que lo eran y como en algún momento de sus vidas deciden buscar algo que no saben que es, pero que acaba de desembocando en el desvelamiento de una identidad que había sido ocultada.

Y es que los secretos no solo permanecen como “elefantes” ocultos en la familia, sino que se transmiten a través de las generaciones. No hablar de un determinado tema, la ocultación de algunas ramas familiares, la excesiva sensibilidad con algunos temas, son solo algunas de las maneras más evidentes en las que transmitimos lo que no queremos transmitir. Mientras, de otras maneras mucho más sutiles e inconscientes, siguen haciendo su camino de lealtades y silencios.

¿Y si se lo contamos? O cómo proteger o desvelar los secretos familiares a nuestros hijos e hijas

Es por todo este “juego” de lealtades, que mantenemos a los hijos e hijas lejos de toda esta maraña de secretos que conocemos o sospechamos. El desconocimiento explícito creemos que les libera de la carga de sostener ese mundo en el que lo aparente y lo real a veces tiene grandes distancias. Es una manera de protegerles necesaria y que deberemos conciliar con la progresividad del respetar su necesidad, de su derecho a saber sobre aquellas vivencias y realidades que les incumben y van a necesitar conocer e integrar. Debemos ser conscientes de que el vacío y el silencio, a veces daña más que la verdad.

De hecho, con la adolescencia, son no pocas veces ellos y ellas, las que empiezan a querer conocer y adentrarse en ese mundo cada vez más complejo y quizá enmarañado, pero por otra parte más real y adulto.

En este punto nos planteamos cómo poder abrir esta caja de Pandora de una manera clara, progresiva y que pueda ser asimilada. ¿Se lo contamos? nos preguntamos. Evidentemente nunca hay una respuesta tan simple como un sí o un no. Dependerá de muchos factores, pero es importante hacernos algunas preguntas.

Por ejemplo: ¿Qué secretos guardo en relación a mis hijos? ¿Para qué? ¿Para defender a quien o quienes? ¿soy leal con quién o quiénes, cuando lo sostengo? ¿Con quién me vincula o de quien me aleja contarlo o mantenerlo? ¿Qué me supone guardar estos secretos? ¿A quién implica directamente el secreto y a quien no? ¿Quién es responsable o implicado directamente y para quién puede ser un elemento de poder, posicionamiento o curiosidad? ¿Qué situaciones, realidades desconozco, pero intuyo o siento que guardan alguna relación con algo escondido no conocido…? ¿Qué hago por evitar cargar con estas situaciones de secreto en relación con mis hijos e hijas? ¿Qué les puede estar suponiendo este no saber?

Desvelar un secreto no es un acto simple, ni un solo momento. Sí, un antes y un después

El hecho de desvelar o no un secreto, no implica ser más o menos responsable. Siempre va a depender de muchos factores. El mantenimiento del secreto con todo lo que conlleva, puede llegar a ser una elección consciente y acertada, teniendo en cuenta lo que supone o implica en todos los sentidos que venimos nombrando. Siempre que se tenga, de algún modo, espacios en los que poder nombrar, apoyarse y abrir para sostener y contrastar. Evidentemente, también desvelarlo, puede ser un acto de valentía necesaria, que sana a pesar de los dolores. Un acto que, aunque provoque un terremoto, una poda dolorosa, ayuda a configurar un nuevo escenario para el brote, un aventar la tierra que duele y ayuda a asentarse y crecer con más fuerza.

Por esto mismo, si decidimos desvelar un secreto, debemos ser conscientes de lo que vamos a hacer. En general, cuando se desvelan secretos de gran carga emocional en el ámbito familiar suelen darse situaciones de gran conmoción que, de algún modo reconfiguran de manera significativa las geografías familiares. Son bombas que plantean en las familias un antes y un después. Familias que se polarizan entre acusados y acusadores, entre víctimas, culpables, apoyos y cómplices. La bomba está soltada. Ahora hay que ver como reconstruir el paisaje familiar. Por ello es importante, aunque a veces sea demasiado pedir, cuidar los escenarios en los que desvelamos los secretos. Como una responsabilidad principalmente con nosotros y nosotras mismas. Una vez soltada la bomba uno no sabe con qué se va a encontrar. Y sobre todo, qué tocará sostener en el después. La culpabilización a la víctima. El rechazo. El miedo al juicio, la negación. Las nuevas alianzas.

¿Qué ocurre cuando le decimos a nuestro hijo que fue adoptado, o que nació por inseminación de un donante anónimo? ¿Cuando decimos que el hombre del que me separé, y con el que mi hijo sigue manteniendo una buena relación, había abusado de un hermano y por eso desapareció de la vida inmediatamente? ¿Cuándo desvelamos el maltrato sentido y real, del abuelo o la abuela con la que hay una relación de mucho vínculo con los nietos, pero de mucha distancia con los padres?

Son verdades y palabras que duelen y que generan nuevas realidades familiares. Verdades que surgen como bombas que hemos necesitado detonar porque ya no aguantábamos. Otras como cuchillos que lanzamos, como venganzas, o como proyectiles que esconden dinámicas y alianzas familiares, en momentos especialmente significativos para las familias. Somos conscientes de lo que hacemos y también somos llevados por dinámicas que nos trascienden y que inconscientemente nos empujan de una u otra forma.

Por ello cuando vayamos a desvelar un secreto será importante tener conciencia de varios de los elementos que estamos planteando.

  • Esperar el momento por edad, por curiosidad, o por que surgen las preguntas.
  • Estar atento a sus vacíos, inseguridades, síntomas, repeticiones que pueden estar relacionados con el secreto de una manera inconsciente.
  • ¿Qué es lo que quiero revelar?
  • ¿Hasta dónde contar? ¿Quizá preguntar hasta donde quieren saber?
  • ¿A quién involucra este secreto y a quién no? ¿Qué les implica a mis hijos y qué no, “tienen derecho” a saberlo?
  • ¿Qué implicaciones tiene el desvelarlo para mí y para otras personas?
  • ¿En qué momento podría revelarlo y de qué manera, para que sea lo más beneficiosa, segura y cuidadosa posible, tanto conmigo como con las personas a las que les implica? ¿En qué escenario lo puedo hacer?
  • ¿Cómo puedo preparar las conversaciones y enmarcar lo que voy a contar en un contexto para que pueda ser entendido?
  • ¿Cómo puedo adecuar lo que voy a contar a la edad de cada uno de mis hijos?
  • ¿Qué necesito yo para poder sostener esta situación y el después? ¿En quién me puedo apoyar?
  • ¿Cómo acompañar el después? Aceptando lo que pueda suceder. Se alejan, se encierran, se enfadan.

Frente a toda esta densidad, es importante recordarnos que hacemos lo que podemos y que no se trata de buscar culpas, culpables o víctimas. Quizás sí de tomar conciencia de la complejidad de este mundo de silencios. Y de asumir la responsabilidad de contar, esperar o sostener. Y de hacerlo con el mayor cuidado, conciencia y contraste posible.  Y, en ocasiones en que los secretos contienen historias con gran carga emocional, quizás sea necesario poder consultar con especialistas que nos ayuden a valorar la situación de una manera más desafectada.

Raúl Castillo, psicólogo

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