¿Tu hija también tiene hambre emocional?

“Aita, tengo hambre. Pero hambre de algo rico.” – “¿Y qué es algo rico?” – “Pues no sé chocolate, un bollo, algún “paquete… ¿No quedan chuches en el tarro?” – “¿Y eso vas a comer ahora, pero tienes hambre de verdad?”- “Sí, tengo hambre…bueno no sé si tengo hambre o es que estoy nerviosa por el examen. Pero necesito comer algo rico, como que me lo piden las tripas… ¿sabes lo que te digo?”

Quizás esta escena te resulte familiar y hayas vivido algo similar con tu hijo. O incluso te veas tú misma reflejada en ese “hambre”. Vamos, que es probable que tú también sepas de eso. Quizás tampoco te resulte muy lejano coger una bolsa de chuches, decir que sólo comerás una o dos y acabar con todas. O con ese paquete de snacks salados o de palmeritas de chocolate.

Todo esto nos pasa a las familias. Tanto a las personas adultas como a los niños, niñas y adolescentes.  “Calmar o sobrellevar” una situación que nos resulta desagradable, estresante o frustrante con la comida es “culpa” del llamado “hambre emocional”.  Porque las “tripas” están muy relacionadas con las emociones.

La autora Jan Chozen Bays en su libro “Comer atentos” hablaba ya de 7 tipos diferentes de hambre. Entre ellas, podríamos encontrar referencias al:

  • Hambre fisiológico (el hambre en sí, cuando nuestro organismo necesita “carburante” para su actividad)
  • El hambre “emocional” (buscar en la comida una fuente de estímulo o placer generalmente para compensar una emoción desagradable)

¿Cómo distinguir si es hambre fisiológico o hambre emocional? Si como una manzana (u otro alimento sano saciante que me guste) y ya no necesito comer más y más, es hambre fisiológico. Si no me “convence” y quiero comer más y más y, además, comida de otro tipo, puede ser hambre emocional.

Cuando nos ataca el “hambre emocional” podemos recurrir a la ingesta de comida y frecuentemente, no nos vale con  cualquier tipo de comida. Esto lo ha comprobado el personal de los comercios alimentarios durante la pandemia, sobre todo, en los confinamientos. Nos “tiramos” a comer/beber cosas dulces, aperitivos con mucha sal y sabores intensos, bollería, alimentos muy procesados y cosas que llevan cafeína o similares.  ¿Por qué pasa esto?

Comer nos recuerda el amor y seguridad con la que nos daban el pecho o el biberón

Comer es algo que nos ha calmado desde siempre, podríamos decir. Ya desde bebés. Comer nos satisface una necesidad biológica pero también nos recuerda toda la envoltura de amor y seguridad con la que nos daban el pecho, el biberón, las primeras comidas (o la que imaginamos o nos hubiera gustado tener si no fue así)

Podríamos decir también que lo hacemos por costumbre o por imitación. Lo hacemos casi sin darnos cuenta.  No es extraño que cuando nuestro hijo pequeño llora sin saber por qué, le demos automáticamente algo de comer para que se calme. ¿Quién no ha escuchado a la abuela, abuelo o familiar de turno decir: “Eso es que tiene hambre, dale de comer y ya verás como se le pasa”?

Sabemos que las niñas son grandes imitadoras de lo que ven en casa, en la sociedad, en los “anuncios publicitarios”. ¿Quién no quiere levantarse con alegría comiendo dos… según lo que dice el spot de publicidad? ¿Qué adolescente no quiere beber los refrescos “energéticos” de moda que anteceden a lo que luego será el consumo de alcohol?

Recuerdo una anécdota con mi hijo de 11 años. Subió del parque muy enfadado porque había tenido una pelea con sus amigos. Abrió la puerta, tiró de mala manera el patinete al suelo y todo ofuscado, abrió el congelador y sacó una tarrina de helado. Se puso a “pelear” con el helado para que se derritiera rápido y comerlo. – “¿Qué te pasa?”- “Estoy enfadado.”- “Ya veo, estás rojo, tienes el ceño fruncido, la boca está toda tensa y estás “atacando” al helado.” – “Sí estoy enfadado con los idiotas de mis amigos.”- “¿Y el helado?”- “¿Qué pasa?  Lo voy a comer”. – “¿Tienes hambre?”- “No sé, estoy enfadado.” – “Ah… (sonrisa y guiño de ojo)” – “Es que he visto en las series que cuando uno está enfadado o triste, se come helado… (sonrisa y guiño)”- “Bueno, ¿qué te parece si mientras se ablanda el helado me cuentas qué te han hecho tus amigos que te parece tan injusto?”  Al final, el helado se quedó en la mesa medio derretido, sus amigos ya no eran tan idiotas (sólo un poco tontos por hacer bromas pesadas) y volvió a bajar al parque a hablar con ellos. Por supuesto, no volvió a aparecer por casa hasta tres horas después.

La cafeína, el azúcar, la sal  y otros aditivos potenciadores del sabor “nos enganchan”

La “presión”, la costumbre o imitación nos pueden influir pero tiene que haber algo más. ¿Por qué mantenemos esta dinámica? Si no sacáramos algún bienestar, no estaríamos tan “enganchadas” a ello.  Expertas en nutrición nos dicen que este tipo de alimentos llevan elementos que hacen que nuestro paladar y cerebro tengan un “despertar” o “subidón” de placer. Y como a las personas nos gusta sentir placer, repetimos y repetimos lo que nos lo da… ¿Qué ingredientes son éstos? La cafeína, el azúcar, la sal  y otros aditivos potenciadores del sabor.

El problema es que si estos elementos no se consumen de forma moderada pueden producir caries, obesidad, problemas metabólicos, dificultades intestinales en la flora (y sus repercusiones a nivel de sistema nervioso) y “enganche”. Por eso no podemos comer una sola chuche, sino que queremos más y más…Y, ¡ojo! Que muchas veces ingerimos este tipo de compuestos sin saberlo, ya que están “camuflados” o no somos conscientes. ¿Sabemos cuánto azúcar lleva un yogur bebible, un bote de salsa de tomate o el pan de molde? ¿Sabemos cuánto azúcar, sal y aditivos puede tener un alimento ultraprocesado?

Todo esto comienza ya en la infancia. Nuestros hijos e hijas ven cómo, cuándo y por qué comemos y nos imitan. Tienden a seguir las “instrucciones” del marketing para ser felices si no se favorece un pensamiento crítico y una regulación. Y buscan “llenarse” emocionalmente con alternativas más o menos saludables que encuentran y les ofrecemos.

Ahí estaría el quid de la cuestión. ¿Qué modelo, qué oportunidades les ofrecemos para calmar sus emociones desagradables y para divertirse sin asociarlo a algunos hábitos insanos?

Estamos en la sociedad del yo quiero-yo tengo

Pensemos, por ejemplo, en una fiesta de cumpleaños de nuestras hijas con sus amigas.  Momento culmen de la felicidad familiar y social (parecen ya bodas o graduaciones universitarias) ¿Qué hay en la mesa para merendar? Generalmente, refrescos azucarados, patatas fritas, ganchitos, sandwichs de crema de cacao, aceitunas, tarta… Con suerte, frutos secos y alguna tortilla. Además, todo muy blandito, pelado y sin hueso para que sea rápido y no cueste masticar (que estamos en la sociedad ya- ya de la rapidez e inmediatez) Y todo accesible para que puedan ponerse todos los vasos de refresco que quieran o se empapucen de ganchitos (que estamos en la sociedad del yo quiero-yo tengo). Y terminamos viendo a los niños corriendo sin parar alrededor de la mesa, con dolor de estómago, tirándose la comida entre ellos o dejando cosas a medio masticar…

Lo sé, he exagerado con el ejemplo. Lo que sí es frecuente es que demos muchísimo protagonismo a la comida en las celebraciones y que pongamos muchaaaa (no sea que digan que somos unas cutres) También, que haya comida de ésa que nos da placer rápidamente aunque no sea la más sana del mundo. Y también que nos falte cierta disciplina para regular el tema.

¿Quiere decir esto que deberíamos eliminar todo este tipo de comida en los cumpleaños? ¿O eliminar directamente estas celebraciones ya de paso? (algunos padres y madres estarían encantados) No se trata de eso. Quizás sí de poner cierto orden, crear ciertas normas, dar el protagonismo al juego de los niños  como fuente de placer y no a la comida (el juego da placer y “engancha” pero de forma sana) e introducir otros alimentos en la merienda: más frutos secos (a partir de 4-5 años), fruta natural, fruta desecada, guacamole, palitos de verduras, hummus, bocadillos vegetales, de bonito o jamón, agua, limonada casera… Y no pasa nada por ser “los raros” que ponen esto.

Se trata de tomar conciencia de qué tipo de alimentación y de gestión emocional queremos para nuestros hijos e hijas

El fondo de todo esto no es algo baladí. No se trata sólo de sentirnos mal y ya está cuando vemos que, después de un partido de basket, llevamos a nuestras hijas bollos de mantequilla mientras que el equipo contrario saca una caja con plátanos y otras frutas. Se trata de tomar conciencia de qué tipo de alimentación y qué tipo de gestión emocional queremos para nuestros hijos.

Es más, ¿qué queremos que asocien a la felicidad? ¿Sólo el placer y el subidón que da la alegría de comer, tomar sustancias o hacer determinadas actividades hiperestimulantes?  ¿O también el saber gestionar la rabia de forma adecuada, saber vivir la tristeza o incentivar la curiosidad experimentando?  Porque desde la gestión adecuada de la rabia, la tristeza, el miedo… Desde la curiosidad, la calma, la seguridad… también se puede ser feliz.  La verdad es que no tenemos mucha experiencia en esto de gestionar las emociones porque tampoco nos enseñaron cómo hacerlo y cuando nos toca ayudar a nuestras hijas en ello, a veces no sentimos un poco frágiles y vamos haciendo lo que podemos.

La relación entre emociones y alimentación es muy estrecha y hay que educar para que sea saludable. A veces, nos damos cuenta de ello sólo cuando se nos presentan casos más extremos como la obesidad, problemas metabólicos varios o los trastornos de la conducta alimentaria.

Asociar emociones agradables con los alimentos sanos es una buena idea, por ejemplo. También romper lazos creados entre calmar emociones desagradables con alimentos insanos. Las emociones desagradables las podemos gestionar de otra manera más sana y hemos de educar en ello.

Si quieres saber más sobre la relación entre emociones y alimentación, cómo asociarlas de manera sana, tener alternativas para ayudar a tus hijas a gestionar las emociones desagradables y crear un clima emocional familiar que ayude a prevenir problemas como los trastornos de la conducta alimentaria puedes hacer el curso online gratuito de BBKFAMILY Alimentación y Emociones.

Bego Ruiz: Psicóloga y educadora social.  Especializada en Inteligencia Emocional en Emotional Network y en Nutrición y Dietética Aplicada por el Instituto IDN – Universidad de Granada.

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Comida barata, rápida y saludable

Comer atentos / Mindful Eating: Guia para redescubrir una relación sana con los alimentos

¿Qué le doy de comer?: Una guía para que los más pequeños coman de forma saludable

Slow Fast Food: Alimentar el cuerpo y las emociones

 

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