El vacío que has encontrado al ir a leer el artículo es el 1% del vacío, la sensación de soledad o de desorientación… que sienten las mujeres víctimas de violencia machista cuando son maltratadas por primera vez o cuando deciden denunciar.
Pasan las horas, los días y no sabes de nada de ella, ¿estará bien? La pregunta inquieta tu piel de extremo a extremo, el temor de la respuesta te invade, te supera. Las rutinas de tu vida te empapan de una cotidianidad de café, conducir hacia tu trabajo, desempeñar una labor, entre tanto, las conversaciones banales se intercalan con pensamientos premonitorios de recibir una llamada que cambie el escenario, vuelves a casa, recoges, haces la cena, regañas por un cuarto desordenado, abrazas, besas, te acuestas, lees y te duermes abrazada a la esperanza de que mañana sí tendrás buenas noticias. Estás cansada de promesas incumplidas, mentiras sobre las que ella ha forjado un muro de resistencia, donde cada golpe, insulto, menosprecio, ha ido carcomiendo todo aquello que os unía.
Van y vienen todos los momentos vividos desde su primera confesión, donde te posicionaste cual Juana de Arco, arrancaste de lo más profundo de tu ser una imagen idealizada de un hombre que la quería, la cuidaba, la amaba. El pedestal en el que se encontraba lo destruyes con una mezcolanza de ira, incredulidad pero sobre todas reina la impotencia, se instala dentro de ti una culpabilidad con la que no puedes lidiar, las lágrimas no llegan, solo quieres enfrentarte a él, y te preguntas una y otra vez ¿cómo no has podido darte cuenta?, ¿cómo no viste las señales de alerta?, analizas momentos, situaciones donde pañuelos tapaban evidencias; con el tiempo, te das cuenta que los ojos aullaban miedo, dolor y vergüenza y tú no lo veías ya que tan solo mirabas lo que él quería mostrarte.
Acompañando a una amiga que es víctima
Comienzas un peregrinaje como acompañante desde la amistad, cariño, y amor incondicional llegando a sentirte parte implicada. Experimentas la ira viendo como un sistema que se erige como protector de la víctima cae derrumbado ante tus pies. La inconexión entre lo que conoces y oyes en grandes campañas en contra de la violencia de género y la realidad es tan grande, que no puedes más que sacudirla rápidamente y seguir los pasos marcados, pero el desasosiego y el desamparo va acrecentándose y penetra en lo más profundo de tu interior, sientes una violencia institucional de la que eres una mera espectadora y ella la actriz principal, la inoperancia os destruye, ella sucumbe ante tu mirada, vuelve a casa, no continúa, todo fluye como si nada hubiera sucedido, un maltrato continuado no es suficiente para que el estado actúe de forma diligente y eficaz, existen y entiendo que los procedimientos y protocolos están para cumplirlos y que se establecen como garantes de equidad, pero en su mayoría sirven de entrada a una puerta giratoria donde tu amiga entra, y pese a las posibles salidas, no consigue más que girar y girar, se enfrentó a un cuestionamiento, bajo una mirada reprobatoria por parte del hombre que la atendió, a cámara lenta van sucediéndose un sinfín de preguntas, en algún caso carentes de importancia, hasta que llega una afirmación expresada de forma contundente “Es que si hubieras hecho las cosas bien desde el principio…” todo parece indicar que mi amiga no leyó el manual de cómo lograr ser buena victima en 6 sencillos pasos… yo tampoco lo he leído.
Los siguientes pasos son de igual forma encarnizados y mezquinos, desde posiciones altivas donde en muchas ocasiones los profesionales operan disociando íntegramente el tema, de tal manera que se hace visible y palpable una neutralidad que duele, lastima y encarece totalmente la atención, tanto es así que la víctima se siente juzgada y expuesta cuando lo que verdaderamente necesita es una atención directa y personalizada desde un posicionamiento a iguales, no hablo de atenciones desde el paternalismo, ni el asistencialismo, sino de un acompañamiento real. El tiempo corre, en 48 horas unos servicios jurídicos que, tras varias artimañas legales, esquivan cualquier medida cautelar, el ofrecimiento a que una persona ajena a tu vida te acompañe como escolta, provoca una situación de indefensión social y laboral en la que nadie parece percatarse, es curioso que ella es la que tiene que defenderse, ella es la que modifica su vida, ella es la que tiene que escapar, ella es la expuesta, mientras él continua con su vida social y laboral sin exposición alguna.
Cuando la capacidad de aguante merma
Tú escuchas, la atiendes en sus necesidades más básicas, como comer, dormir y acompañar, su capacidad de aguante va mermando, y el tuyo también, ha contado su historia en cinco escenarios distintos, ante personas ajenas, que apenas volverá a ver, el trasfondo de todo el proceso, desde mi perspectiva es agotarla psicológicamente y físicamente, algo que se consigue rápido, ya que es una mujer vulnerada en todos sus derechos, y es en ese preciso instante cuando él reaparece con promesas, llantos, disculpas en forma de regalos, gestos cómplices entre ambos se suceden sin que tú te enteres, te lo oculta, lo esconde, y un día reaparece ante ti y te cuenta cómo van a buscar ayuda y que lo van a intentar de nuevo.
No te entiendo, no lo entiendo, la historia se sucede a lo largo de años, va y viene y entre medias, pierde credibilidad ante el entorno más cercano, te enfadas, te posicionas desde el egoísmo, pensando en todo lo que has luchado, has movido por ella, juzgas e incluso te atreves a sentenciar, pero no abandonas, te conviertes en un complemento auxiliar del que ella tira en los momentos más desesperados, y tú anhelas una llamada que se convierta en definitiva.
Han pasado años desde el primer episodio, adicción, depresión crónica, trastornos de alimentación y sueño han destruido todo aquello que viste en ella, las risas, los buenos momentos se desvisten ante una discapacidad sobrevenida de un maltrato continuado.
A pesar de todo, continúas en un empeño que se ha convertido en personal, no paras de arrojar luces de colores que le permitan ver el final de un camino, si bien es cierto que gracias a mi profesión, he conocido mujeres que han salido, han continuado con todo el proceso, apoyándose en la red asociativa donde la atención es personal, donde el dogma es el acompañamiento. Desde aquí quiero lanzar unas palabras de agradecimiento a todas las voluntarias y profesionales que aun a sabiendas de la complejidad de todo el proceso, desde la primera verbalización hasta la resolución completa, pudiendo pasar años donde la mujer cae y se la recoge, no nos equivoquemos, todo este camino conlleva unas consecuencias psicológicas que perdurarán durante años, siguen al pie del cañón.
Ahora bien, puedo afirmar que toda mujer que ha superado el calvario que supone una violencia contra ella, en cualquiera de sus estados, emite una luz brillante. Verlas como viven día a día, como afrontan la crianza de sus hijos e hijas, la manutención de una casa, cómo acuden a sus puestos de trabajo, quedan para tomar una cerveza, abrazan y se dejan abrazar, ha sido una enseñanza que va más allá de la formación especializada o la experiencia como profesional. Sois todas vosotras las que habéis aguantado cual jabatas, las empoderadas, las que clamáis justicia, las que sonreís un lunes, porque habéis entendido que vuestro pasado no es el protagonista de vuestro futuro.
No te entiendo, pero aquí sigo y continuaré hasta que estés preparada.
Lara Rodríguez
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