Tu hijo o hija se ha hecho daño, no le digas que no pasa nada

Muchas veces me he preguntado qué reacción tendríamos si nuestro hijo o nuestra hija se dieran un golpe y el daño que está sufriendo nos llegara a nosotras, nosotros, a través de un chip. Seguro que nos quejaríamos durante un buen rato y  no diríamos la tan manida frase “No llores que no ha sido nada, ya pasó”. Esta situación que hemos vivido casi todas las personas, da igual la edad que tengamos, como hijos e hijas o como madres y padres, nos tiene que llevar a hacer una reflexión, y para ello, la primera pregunta que nos tendríamos que hacer es: ¿Por qué no somos capaces de soportar el sufrimiento de nuestros hijos e hijas?”

A lo largo de su vida sufrirán, unos/as más que otros/as, según las circunstancias de la vida. Pero en esos momentos, cuando se caen, se dan un golpe en un columpio, deberíamos ir entrenando nuestra habilidad para el sufrimiento. En vez de “enchufarles el chupete”, estaría bien que les pudiéramos preguntar, escuchar, consolar, curar….

“¿Te has caído?, ¿dónde te has hecho daño?, si necesitas llorar, llora” Estas frases hacen que elaboren mucho mejor la situación por la que están pasando y el mensaje que les transmitimos es que se puede expresar la emoción cuando nos hacemos daño. En ocasiones, tendemos a pensar que exageran con su dolor, sin embargo, esto no lo podemos saber a ciencia cierta puesto que no estamos sintiendo lo que sienten. Además, otra pregunta sería, ¿por qué necesitan exagerar el dolor cuando les pasa algo si estamos nosotros o nosotras?

Tolerar la frustración

Dejar que llore un hijo o una hija cuando lo necesita es sanador. Esto yo lo pude comprobar con mi propia hija. Cuando era pequeña vieron que tenía lo que conocemos como el “ojo vago”, así que para tratar de recuperar la visión le pusieron un parche que tapaba la visión del ojo que veía bien. Como el proceso estaba yendo muy bien, el oftalmólogo le decía siempre que en la siguiente consulta se lo quitaría. Ella estaba feliz porque llevar un parche en el ojo es muy molesto. Y sin embargo, cada vez que llegaba la consulta, el oftalmólogo le decía que seguiría con el parche pero que en la siguiente se lo quitaría. Esto ocurrió tres veces, hasta que en la última se escapó de la consulta corriendo y la encontré fuera del ambulatorio sentada en un banco llorando. En ese momento, no le dije nada, sólo la dejé llorar. Y cuando poco a poco fue recuperándose le dije que entendía que se sintiera frustrada por las falsas expectativas que le había dado el oftalmólogo de quitarle el parche. Después de llorar un buen rato, ella se encontraba mejor y acordamos no fiarnos más de la palabra del oftalmólogo y tener paciencia.

Desviar la atención de lo que pasa no es una buena estrategia

Pasados los años, me he dado cuenta de que ese tiempo en el que mi hija estuvo llorando y yo no traté de desviar la atención de lo que pasaba, prometiéndole  una chuchería o un juego o cualquier otra cosa, la ayudó a poder elaborar su duelo y quiero pensar que también los que viniesen en el futuro. Porque, a veces, son pequeñas cosas o situaciones del día a día las que marcan la diferencia.

Las personas, incluidas los niños, niñas y adolescentes, podemos pasar por tres fases o tipos de respuesta ante algo que nos genera un malestar o daño: la “amortiguación”, la “descarga” y la “narración”.

Como padres y madres, podemos:

  • aprender a identificar en cuál de ellas pueden estar nuestras hijas.
  • acompañarlas y ayudarlas en cada una de ellas.
  • tratar de que lleguen a la “narración” para escucharlas, empatizar y, después, plantear posibles soluciones, esperanzas, mecanismos de afrontamiento más elaborados… con su participación en la generación de ideas.

Todo va a depender de la edad, de las características, de la experiencia previa, del grado de imprevisibilidad del malestar, de la frustración o daño generado… Veamos en general qué ocurre en cada una de ellas y cómo podemos ayudar.

  • La amortiguación.

En ella, sobre todo si es un malestar inesperado o intenso, parece que nuestro cuerpo se anestesia y no reacciona al principio. Es una primera forma de afrontar algo que puede sorprendernos o desbordarnos. Puede producirse una especie de espera, un impass, una inhibición, un silencio… Esto puede ser algo muy breve o algo más largo y callado. De hecho, hay niños o adolescentes que permanecen en este tipo de respuesta bastante tiempo, les vemos raros, callados, inactivos…sin saber muy bien por qué. Esto ocurre, por ejemplo, cuando tienden a internalizar un malestar y no expresarlo para afuera. Puede tener que ver con su temperamento, con bloqueos emocionales de la etapa madurativa o con sentir que su entorno no está preparado, dispuesto, con suficiente comprensión para entender-aceptar el malestar o sin energía para recibir la expresión del mismo.

Nuestra tarea sería:

  • saber que esto puede pasar.
  • tratar de darnos cuenta de que puede haber un malestar (no siempre es fácil)
  • manifestar nuestra presencia, disponibilidad y seguridad para recogerles o pedir ayuda. (”estoy aquí”)
  • preguntar algo similar a: “¿cómo te sientes?”/“¿hay algo que te preocupa?” o probar con: ”te has hecho daño”/ “te sientes mal” si es algo más perceptible.
  • abrir el permiso para que puedan pasar a otra fase o tipo de respuesta. (“puedes llorar si lo necesitas”/”te escucho”)

 

  • La “descarga”

Llega un momento en que nuestro cuerpo necesita descargar lo amortiguado. A veces, llega en un contexto previsible o entendible. Otras veces, cuando menos se espera, en un lugar insospechado o con otras personas fuera de la familia. La descarga puede ser a través de la voz, de sonidos, de movimiento, de ciertas acciones…Podemos ver cómo lloran, gritan, pegan patadas a cosas, se mueven sin parar sin un objetivo concreto o, en casos de sufrimiento más intenso, se hacen daño a sí mismas. Va a depender del temperamento, de la edad, del aprendizaje previo de gestión emocional, de si detrás hay una emoción asociada de tristeza, de enfado, de miedo o de culpa … (muchas veces, se entremezclan varias)

En este caso, nos toca:

  • saber que esto también puede pasar.
  • contagiar calma en esos momentos (con la voz, con la palabra, con la mirada, con la respiración lenta, con el cuerpo, con la cercanía-distancia, quitando exceso de estímulos, con un objeto o acción transicional de calma …) Será importante conocer qué ayuda más a nuestra hija: estar cerca o un poco más lejos, abrazar, poner la mano en el hombro, susurrar arrullos, decir palabras tranquilizadoras, recordar una imagen, invitar a respirar, ofrecer agua, dejar un pañuelo, ir a un lugar tranquilo o rincón de la calma, redirigir la necesidad de “sacar” tensión motrizmente de otra manera …
  • no potenciar negativamente más intensidad en la descarga para evitar que escale (sobre todo, si aparece mucha agresividad)
  • validar las emociones que puede haber detrás (igual no sabemos exactamente qué les ocurre pero sabemos que “te sientes mal”)
  • ir enseñando a nuestros hijos fórmulas para que cierta “descarga” sea posible pero sin llegar a intensidades-duraciones excesivas o que puedan hacer daño. (hay algunas técnicas, pero lo fundamental es contagiar nuestra calma)
  • ayudarles a llegar a la “narración”.

Esta fase es complicada porque podemos ser conscientes en ese momento del sufrimiento y no sabemos qué hacer, podemos sentirnos en entredicho como padres, pueden saltarnos resonancias de nuestra propia historia de sufrimiento, se nos pueden activar emociones desagradables con alta intensidad o bloquearnos, podemos querer evitar a toda costa que esto pase… Por ello, es importante estar preparados e ir aprendiendo a elaborar el sufrimiento de nuestras hijas. (y el nuestro propio ante ello) A esto también se aprende.

  • La “narración”

La narración llega cuando, de alguna forma, somos capaces de “organizar” la emoción, coger un poco de distancia para expresar lo que nos ocurre de otra manera. A veces, es hablando con alguien, otras escribiéndolo, pintándolo, poniéndole música y baile…Y, a partir de ahí, podemos ver cómo elaborar, transitar, cambiar lo que nos ocurre poco a poco y en función del tema.

Poder transmitir a nuestros hijos que pueden hablar de lo que les ocurre con nosotros o que podemos ayudarles a que lo hagan con otras personas o por vías diversas es muy importante. Para ello, deben sentir que no nos “asustamos” (o no demasiado), que de alguna manera entendemos su malestar, que no lo juzgamos, que no vamos a soltarles rápidamente nuestra solución o quitarle importancia sin más, que podemos pensar cómo valorarlo, qué hacer, cómo pedir ayuda, cómo enfocarlo, cómo concretar en acciones que puedan estar en nuestro control …

Poco a poco, irán aprendiendo a gestionar emocionalmente mejor las diferentes respuestas y encontrando fórmulas para ello. Y el sentido del humor, la desdramatización, el enfoque a soluciones…, que también les ayudaremos a desarrollar, formarán parte de sus estrategias resilientes.

Uno de los recursos fundamentales de la inteligencia emocional es poder pedir ayuda a la red afectiva”

Hemos de tener en cuenta que durante la infancia y la adolescencia nos toca ayudar a nuestras hijas con la regulación de sus emociones, incluidas las implicadas en los malestares. La idea es que, poco a poco, vayan ganando herramientas para hacerlo por sí mismas y no dependan de nuestra heterroregulación de forma indefinida (hasta más allá de la adultez) Pero para ello, hay que acompañarlas y modelarles en ello primero. Sabiendo, en cualquier caso, que uno de los recursos fundamentales de la inteligencia emocional es poder pedir ayuda a la red afectiva cuando sentimos que algo no va bien y no sabemos o no podemos afrontarlo.

Es interesante que podamos hacernos unas preguntas a nosotras mismas:

  • ¿Cómo gestionamos nuestro malestar propio? ¿Cómo afrontamos las adversidades?
  • ¿Cómo hacemos el proceso de amortiguar, descargar o narrar?
  • ¿Dónde nos quedamos o cómo?
  • ¿Qué nos ayuda de forma positiva? ¿Con quién podemos contar para ello?
  • ¿Cómo está nuestro estrés, nuestro cansancio?
  • ¿Qué imagen damos de disponibilidad, presencia y “recepción” del malestar suyo?
  • ¿Cómo entendemos, aceptamos y validamos sus emociones desagradables?
  • ¿Cómo ayudamos a su autonomía emocional en equilibrio con posibilitar nuestra ayuda en la gestión de sus emociones?
  • ¿Cómo fomentamos el sentido del humor, la visión positiva, el enfoque en soluciones que pueden estar dentro de lo controlable?

Porque pasar, pasa algo. Y lo interesante es aprender cómo poder “pasarlo” de forma más adaptativa y resiliente.

Andrea Alfaro y Bego Ruiz, BBK Family

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