La psicóloga Sara Tarrés ha publicado un libro titulado “Mi hijo me cae mal” donde aborda cómo podemos tratar de reconectar con nuestro hijo o hija, cuando el vínculo se ha erosionado demasiado y no sabemos cómo volver a establecer puentes que nos unan de nuevo.
Es valiente titular un libro “Mi hijo me cae mal”, pero comprarlo más, porque llevarlo a casa…
No ha sido nada fácil escribirlo, porque no sólo hay un trabajo profesional detrás, también te inspiras en ti y piensas en qué puedes mejorar tú también como madre. Así que ha habido momentos en que lo he pasado mal, pero el esfuerzo ha valido la pena.
Sobre lo de llevarlo a casa, se está vendiendo mucho en formato ebook, que siempre es más discreto. De hecho, a mí también me han llegado a preguntar cómo lo llevan mis hijos o cuál de ellos me cae mal. Pero dejando a un lado las anécdotas, no lo dudé ni un segundo, porque tenemos una visión de la maternidad muy idealizada y nuestra realidad suele ser muy distinta.
De hecho, mientras escribía el libro tuve que hacer una presentación de cómo acompañar emocionalmente a nuestros hijos e hijas, y pensaba que sobre el papel todo lo que decía estaba muy bien, pero ponerlo en práctica es otra cosa. Y es que previamente tenemos que haber trabajado otros aspectos en nosotras, como por ejemplo, nuestras emociones, por qué las tenemos, por qué sentimos rabia… ¿Cómo vamos a acompañar emocionalmente a nuestros hijos e hijas si nosotras, ante una rabieta nos ponemos a la defensiva? En ese momento estamos en modo supervivencia y eso nos lleva a pensar: «que se calle cuanto antes», y así no acompañamos.
En la adolescencia sí que nos permitimos decir que nuestra hija o nuestro hijo nos cae mal. Parece que es una etapa con muy mala prensa en general
Sí, pero aun así pienso que tenemos que explicarles qué es aquello que nos hace daño, qué nos duele de su actitud o de lo que nos dicen. Y nosotras también tenemos que pedir perdón por aquellas veces en las que nos equivocamos. También tenemos que acompañar bajándonos del pedestal. Les podemos decir que no sabemos cómo enfocar un problema, o que necesitamos un tiempo para parar y contarles lo que sentimos, porque de esa manera, igual acabamos entendiéndonos. Yo necesito también entender por qué has hecho lo que has hecho que a mí me ha sentado mal o, por qué yo esperaba que hubieras hecho otra cosa y así llegar a un entendimiento, porque muchas veces es donde nos perdemos, ya que nos resulta muy difícil empatizar con ellos.
A veces, nuestras hijas e hijos se ponen en una posición de «ellos decidieron tenerme, así que, que se coman ese marrón». Por supuesto que madres y padres tienen una responsabilidad, pero somos una familia, somos personas humanas e interactuamos. Lógicamente se producen situaciones de conflicto que tenemos que aprender a gestionar y conseguir llegar a acuerdos, si es que se puede llegar a un acuerdo, porque en el caso de las normas, sí se puede negociar, en el caso de poner límites no, hay líneas rojas que no se pueden traspasar.
En el libro preguntas de qué manera mostramos empatía a nuestras hijas e hijos. Y nos interrogas sobre cómo actuamos cuando estamos enfadadas, tristes, decepcionadas…
Sí, es que muchas veces a las profesionales que nos dedicamos a la psicología o la educación se nos piden muchas pautas. Es un poco como el café para todos, y eso no nos va bien. Por eso, este tipo de preguntas personales nos ayudan a reflexionar, a mirar hacia dentro y ver qué hay de ti. Es la manera de tratar de averiguar que está impactando directamente en la conducta de tu hijo. ¿Qué hace mi hijo y por qué lo está haciendo? Y, por supuesto, lo que está haciendo mi hijo está impactando sobre mi conducta, sobre mis pensamientos, sobre mis emociones. No vivimos en soledad, todo aquello que hacemos tiene un impacto directo en la otra persona. Así que es bueno pensar: “¿Y de qué manera actúo yo?, ¿Cómo suelo mostrar mi enfado?, ¿Cómo le estoy pidiendo que lo muestre mi hijo? ¿Hay alguna contradicción?” Ahí es donde yo invito a que pensemos un poco, porque muchas veces estamos diciéndoles a nuestros hijos e hijas que nos respeten, cuando nosotras no hemos sido capaces de respetarles a ellos/as. Ahí incluyo gritos, insultos u otras cosas, porque a veces somos muy invasivos, estamos todo el día criticándoles, diciéndoles que van mal peinados, que no nos gusta cómo van vestidas… Eso tampoco es respetar su proceso de individualización.
En una de las tablas que aparecen en tu libro incides en la parte de la autonomía, y haces preguntas de este tipo: “¿les dejas opinar a dónde ir el fin de semana? ¿Les dejas que tomen decisiones?”
Sí, pero no se trata tanto de que ellos decidan qué es lo que vamos a hacer, sino de tenerlos en cuenta. A veces parece que las personas adultas cogemos las riendas de la familia y hacemos que los niños y niñas nos sigan sin más. Pero llega un momento en el que los niños y niñas también van haciendo planes con sus amigos. Por lo tanto, si se puede, se acoplan todos un poco y si no, se les explica por qué o qué vamos a hacer, porque si no, nos encontramos que nuestros hijos e hijas sienten que no les tenemos en cuenta, tú tomas la decisión y se hace lo que tú dices. Es importante que ellos empiecen también a tomar pequeñas decisiones en función de su edad y nivel de madurez. Es como cuando les dices que pueden escoger entre melón y plátano de postre. Tú ya les acotas un poco, pero no sienten que tú impones siempre.
Y para evitar pataletas o rabietas, es bueno informarles de lo que vamos a hacer. Esto les da seguridad. Si vas a ir a casa de los abuelos el sábado, díselo antes.
Tenerlos en cuenta supongo que ya es dar un paso para reconectar con tu hijo o hija, porque a lo largo del libro vas proporcionando pequeñas claves para que paso a paso se llegue a una reconexión con el hijo o la hija que nos cae mal
Sí, para reconectar tenemos que buscar los puntos donde se ha erosionado el vínculo y ver cómo vamos a volver a crear puentes o derribar muros y encontrar espacios físicos y emocionales de encuentro. Ese es el objetivo. Porque quien te cae mal en realidad no es tu hijo o hija En algunos casos quien te cae mal son aquellas partes oscuras tuyas que tu hijo te está reflejando. Por eso es tan importante hacerte todas estas preguntas que planteo en el libro.
Al fin y al cabo, tu hijo o hija es aquel espejo en que no te quieres mirar, porque es lo que te está proyectando tu hijo/a. “¿Eres muy perfeccionista o muy sobreprotectora?” Hay cosas de nosotras que son al final lo que te cae mal pero que te lo representa tu hijo/a.
¿Y cuándo deberíamos consultar con una persona profesional?
El libro trata de ayudarte haciéndote preguntas, pero si el motor sigue sin funcionar, está claro que el coche hay que llevarlo al taller. Así que puede ser que leer “Mi hijo me cae mal” te abra la puerta para que puedas pedir ayuda. Y ahí es donde entra la persona profesional que puede que encuentre dónde está ese mecanismo que se ha quedado encallado.
Tenemos que pensar que puede que nuestras hijas e hijos acaben siendo madres o padres y esto es como una gran bola de nieve que no acaba de parar, pero alguien tiene que ir frenándola. Por eso, es muy importante reparar el vínculo y sé que cuesta mucho porque hay situaciones graves y otras que no lo son tanto, pero todas ellas son suficientemente importantes. Cuando dices: “ostras, es que no soporto a mi hijo, no tengo ganas de estar con él, cualquier cosa que hace me genera malestar”. Aquí ya se nos tiene que encender una voz de alarma.
Además, tenemos la sensación de que la hija de nuestra amiga es mejor, no da problemas y la comparamos con la nuestra y nos fustigamos como madres…
Por eso no dudé ni un momento en abrir ese melón, porque se nos llena la boca de lo bonito que es todo y lo maravillosas que somos… Pero igual esa no es la realidad. Está empezando a verse que al hijo de tu vecino le pasa lo mismo o parecido que al tuyo. Pero claro, es mejor estar explicando lo bien que lo hace nuestro hijo, porque eso nos hace sentir competentes como padres y madres, nos hace sentir bienestar. Explicando todo lo que no hace tan bien Miguel, nos supone un profundo malestar, porque eso nos genera ese encuentro con la rabia, con la tristeza, con la decepción, con la frustración, y es algo que no nos gusta sentir. Entonces lo evitamos completamente. Pero cuando abrimos el melón y nos permitimos decir que esto no solo nos ocurre a nosotros; por un lado, ya estamos rebajando ese dolor, ya solo por el hecho de hablarlo; y por el otro, nos permite encontrar la ayuda para ver qué puedo hacer. Y no desde ese pedestal tan alto de los 10 mandamientos de la madre maravillosa.
De todos modos, se está hablando de madres imperfectas, que creo que tiene que ver con bajar la culpabilidad, pero no se habla de padres imperfectos, porque supongo que no sienten esa culpabilidad
Es curioso porque en muchas ocasiones nos dicen que no tenemos en cuenta a los padres, pero es que en todos los estudios que estamos realizando nos contestan un 5% de padres, el resto son madres, con lo que yo no puedo hablar de una realidad que no conozco.
Quizás el peso de la maternidad, de la crianza, de la educación sigue recayendo sobre las madres. Yo estoy deseando adentrarme en el mundo de los padres, conocer qué presiones sienten, cómo se ven… Tenemos que hacer una reflexión profunda. Quizás es que tampoco les estamos dejando el espacio, no lo sé, habría que profundizar mucho más en este tema.
Hemos avanzado mucho, porque los hombres están mucho más involucrados de lo que estaban nuestros padres o nuestros abuelos en la crianza y educación, eso no podemos negarlo. Pero me da la sensación y digo sensación porque no tengo estudios que lo demuestren que llegamos a un punto donde estamos yendo para atrás, estamos involucionando. Y otra idea que me ronda por la cabeza es que el machismo se reinventa y el patriarcado también encuentra distintas formas por dónde colarse. Me temo que tras todo ese empoderamiento que tomamos nosotras como mujeres, los chicos se han asustado y están agarrándose a lo conocido, volviendo otra vez a unos patrones que me da la sensación que no van por el buen camino.
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