Imagina las cuatro emociones básicas: la rabia, la tristeza, el miedo y la alegría como si fueran las cuatro patas de una mesa. La mesa, para ser mesa, no necesita más a una pata que a otra o prefiere más a una de ellas. Para su estabilidad, la mesa necesita a las cuatro patas por igual.
Como esas cuatro patas, las emociones no son ni mejores ni peores. Son útiles para el ser humano. Son una parte fundamental de nuestra esencia y una fuente de fuerza y energía que está a nuestra disposición.
No podemos despegarnos de nuestras emociones. Las podemos maquillar, bloquear, ignorar… pero no las podemos hacer desparecer, se van a ir transformando para expresarse, por eso a veces lloramos cuando lo que no podemos hacer es poner un límite firme o nos entra la risa cuando sentimos miedo en forma de tensión.
¿Cuál es, a grandes rasgos, la función de cada emoción?
La rabia nos permite cambiar una situación que no nos gusta o que consideramos injusta.
La tristeza nos ayuda a aceptar una situación cuando no la podemos cambiar.
El miedo es el impulso que nos permite ir más allá de nuestro “yo” actual.
La alegría es la brújula que te dice: “sí, este es el camino, por aquí vas bien” y la energía que nos permite celebrar los logros de la vida.
A mí me gusta explicar, para dar una especie de mapa, que se mueven en esta dirección:
La primera en aparecer es la rabia. Lo hace con mucha fuerza y velocidad para arrasar con una situación que no nos gusta. Cuando nos damos cuenta de que no la podemos cambiar, aparece la tristeza, que nos ralentiza y nos lleva a lo más profundo e íntimo de nuestro ser. La tristeza nos muestra que la realidad deseada y la realidad que está sucediendo no son las mismas, esto nos deja vulnerables y es cuando puede aflorar el miedo: “¿y si no puedo con esto? ¿y si no para de llorar nunca? ¿y si me dan de lado? ¿y si…? El miedo nos da la señal de que ya podemos ir más allá de esa situación, de nuestra zona de seguridad y nos impulsa a adentrarnos en lo desconocido. Cuando damos el paso y, en realidad, vencemos el miedo al miedo… aparece la alegría para festejar el coraje, la aventura, el verdadero cambio. Hasta que pasa algo, que permite que se active nuestra rabia, por ejemplo. Y así continuamente, durante toda la vida.
Cuántas veces hemos tenido miedo a perder un trabajo, hemos luchado por no perderlo, hemos llorado cuando lo hemos perdido y un tiempo más tarde hemos dicho: Menos mal que me echaron de ese trabajo
A las emociones no les importa si una situación es “positiva” o “negativa”, ellas no juzgan. Cuando entendemos que la construcción “mesa” es perfecta tal y como es y reconocemos y valoramos a todas sus patas por igual, la alegría se vuelve cada vez más estable y se va convirtiendo en serenidad. Dejamos de bloquear y de censurar algunas emociones y empezamos a confiar en el Orden que las gobierna.
Cuántas veces hemos tenido miedo a perder un trabajo, hemos luchado por no perderlo, hemos llorado cuando lo hemos perdido y un tiempo más tarde hemos dicho: Menos mal que me echaron de ese trabajo. ¡Y hasta podemos agradecer! Lo que demuestra que hemos integrado una situación por completo. Ese es el Orden al que me refiero. Por eso, hasta que llegue ese entendimiento, si es que llega, confía en tus emociones y siéntelas conforme vayan apareciendo. Experimenta su intensidad y su ambivalencia.
Este trabajo personal es fundamental para acompañar las emociones en la infancia. En la teoría suena muy bien, la realidad es mucho más compleja porque las emociones se mezclan, nos secuestran, nos ciegan, nos paralizan, aparecen sin avisar…
Cada persona, cada situación, cada familia es diferente, por eso, para este artículo me voy a centrar en dos puntos en común:
1) Las emociones son tuyas: nadie te pone triste o te enfada. Eres tú quien se siente alegre o tiene miedo. Algo o alguien activa esa emoción, pero eres tú quien la siente. Por lo tanto, somos protagonistas principales de nuestra película. Y sabernos responsables de nuestras emociones, nos empodera muchísimo.
¿Por qué si no, a veces, hay un semáforo en rojo que nos pone de los nervios y otras veces el mismo semáforo nos deja indiferentes o nos alegra que “tarde tanto”?
¿Por qué sino, a veces, nos divierte o nos da curiosidad el comportamiento retador de un niño o una niña y nos disgusta ver el mismo comportamiento en casa?
2) A la hora de acompañar las emociones, evita decir: “no pasa nada” porque sí que pasa.
Esta frase suele salir casi automáticamente de nuestra boca cuando vemos a otra persona pasando por una emoción intensa (da igual cuál de ellas). Por una parte, porque nos cuesta sostener, y por otra, porque pensamos que si no lo paramos estaremos fomentando caracteres irascibles, en el caso de la rabia; pusilánimes, en el de la tristeza; cobardes, en el del miedo; o ingenuos, en el de la alegría.
Si yo estoy muy triste porque no me dejan jugar (probablemente estoy sintiendo al mismo tiempo algo de rabia y miedo) quiero llorar y tú me dices con tu mejor intención: “…venga, que eso no es nada…”, “…no pasa nada…”, “…está todo bien…” Empezaré a dudar de lo que siento, a sentirlo inadecuado o a no querer mostrártelo sólo para no causarte malestar.
Cuando los niños y niñas sienten una emoción intensa y la expresan, esa es su verdad. Si les decimos que “no es nada”, es posible que estemos creando una incoherencia entre la verdad que sienten y la verdad que les está diciendo una persona querida, que, en teoría, sabe más.
Aunque gracias a nuestra experiencia adulta sepamos que lo que se ha hecho es un rasguño de nada… Para esa persona es importante.
Lo que podemos hacer para sustituir el “no pasa nada” y, al mismo tiempo, no avivar un drama que puede ser exagerado, es:
-Permitir la expresión de la emoción: llanto, grito, queja o temor, por ejemplo.
-Verbalizar que lo hemos visto: “te acabas de tropezar y te has hecho daño en la pierna, lo he visto”.
-No distraerles con otra cosa y consolar: “¿cómo estás? ¿te has hecho daño? ¿necesitas un abrazo? ¿necesitas llorar un ratito?”
-Y, finalmente, si procede, animar: “¿quieres volver a intentarlo?”
En resumen: acompañar lo sucedido, nombrar y validar lo que sienten para asegurar su integridad y coherencia.
Y ya para finalizar, me gustaría hacerlo con el principio de las emociones:
Antes de ser entendidas, gestionadas, teorizadas o superadas, están aquí para ser sentidas. Las emociones se sienten.
Una buena referencia para seguir aprendiendo sobre ellas es Vivian Dittmar. Su libro Emociones y sentimientos es una inspiración para mi vida y trabajo.
Cristina Sahuquillo. Educadora de apoyo para familias.
El psicólogo Roberto Aguado nos explica cómo gestionar las emociones en este podcast: