La igualdad, esa meta tan anhelada y tan esquiva

En nuestro contexto actual, si preguntásemos si creemos en la igualdad, la mayoría de la población diría que sí. Ahora bien, si preguntásemos, y entonces entraríamos en el quiz de la cuestión, cómo se trabaja a favor de la igualdad, la respuesta ya no estaría tan clara. Es posible que muchas personas se autoperciban como igualitaristas o incluso se autoidentifiquen como feministas. Es parte del indudable éxito social que ha alcanzado el feminismo. Sin embargo, el feminismo puede ser definido como tradición filosófica, como movimiento social… pero nos obliga, como ninguna otra tradición con espíritu de transformación, a una revisión profunda de las estructuras que mantienen y otorgan significado a nuestra manera de habitar el mundo.

Los mandatos patriarcales no son solo una expresión de las presiones normativas de género para que cada persona, en función de nuestro sexo, nos amoldemos a los mismos, sino que su fuerza reside en que los internalizamos como hechos naturales, lo cual afecta a nuestra manera de mirar el mundo, de percibirnos internamente, de vivirnos y relacionarnos bajo un prisma que lo contamina todo. Los mandatos de género afectan a nuestra identidad subjetiva, pero las presiones externas configuran el esquema de lo interpersonal, de lo relacional. Si solo fuera una cuestión de subjetividades, bastaría con que cada persona se interrogara sobre sus prejuicios sexistas y los trabajase. El patriarcado se evaporaría del mundo que habitamos.

La perpetuación de un sistema, su conservación, depende de la capacidad de internalizarse, incluso entre los sujetos que van a sufrir la discriminación, como algo inevitable y/o que responde a elementos naturales. Dice un axioma de neurología que una vez que instauramos patrones de conducta, de movimiento, los mismos se reproducirán de manera automática sin necesidad de incorporar la conciencia. Por eso, trabajar a favor de la igualdad es un ejercicio de desaprendizaje de los automatismos patriarcales que nos llevan a operar cotidianamente, sin conciencia. El patrón se reproduce como parte de nuestra inercia cotidiana, de su consenso social donde el género o los géneros adquieren el sentido de lo común.

Necesitamos diferenciar los mensajes que damos a niñas y a niños

A la par que la igualdad, lo mismo ocurre con una de sus herramientas básicas, la coeducación. Si pidiéramos una definición concisa, estoy segura de que muchas personas se limitarían a repetir mensajes similares como que niñas y niños estén en los mismos espacios, no discriminar en el trato… Y esto último es parte de lo que hay que hacer, pero si damos el mismo mensaje a las niñas que a los niños corremos el riesgo de no prepararles para el mundo desigual, en el que a día de hoy seguimos viendo cómo el sexismo se reproduce generación tras generación y puede que ni entiendan la desigualdad, al haber sido educadas y educados en el espejismo de la igualdad, ni posean los recursos adecuados para actuar frente a un mundo que nos vende la igualdad como una realidad efectiva en lugar de una meta deseable, pero que requiere del trabajo de todas y todas para ser alcanzada. Ni la igualdad ni la desigualdad van a fluir por naturaleza, ni espontáneamente. Ambas son fruto de unas normas de convivencia, de un consenso social, de una internalización de los mandatos patriarcales o de una disidencia consciente a ellos.

Cuando en los centros educativos me preguntan con quién quiero trabajar, siempre ofrezco la misma respuesta, “con todo el mundo: el alumnado, el profesorado y las familias”. Trabajar para promover la igualdad es algo que nos compete a todas las personas. El ámbito educativo involucra a los tres estamentos señalados e implica también a los medios de producción cultural y, especialmente, a las TICs. Es imposible trabajar la igualdad de manera aislada, sin incidir en todos los agentes que contribuyen y perpetúan la socialización sexista. La escuela debería de ser un espacio de aprendizaje para la convivencia con otras y otros, un espacio que intentase limar las desigualdades, sean estas las que sean. Un espacio para fomentar la emancipación, el conocimiento, pero también para aprender a convivir desde/con las diferencias, donde la coeducación debería ser parte del currículo académico.

El sistema patriarcal nos hace desear la desigualdad

La feminidad y la masculinidad no pueden ser entendidas sin confrontar la una con la otra, sin ponerlas en relación. Ambas son altamente dañinas y su idealización genera enormes tensiones y conflictos cuando se confrontan con el anhelo de igualdad. Algunas personas plantean que hablar a las niñas y niños de feminismo es demasiado extremo y les resta felicidad. Quitarles la ilusión de no encajar en el sistema patriarcal puede ser duro, pero sin lugar a dudas, mantenerlos en ellos resulta mucho más lesivo para ellas y ellos. Como señalaba anteriormente, la fuerza del sistema patriarcal no reside en su violencia más explícita sino en el hecho de que consigue que internalicemos la desigualdad como algo deseable.

La sexualidad es uno de los ejes centrales para la internalización de los mandatos patriarcales, del papel performativo que cada sexo debe de jugar en el escenario de la desigualdad. Nos indignan, y con razón, los comportamientos cada vez más violentos de los menores. Nos escandaliza la violencia explícita y el acceso a edades tempranas al porno (según la mayoría de los estudios, el primer acceso se produce entre los 8 y 10 años). Pero la pregunta vuelve a ser la misma, cómo estamos trabajando para educar en una sexualidad libre, deseada y no violenta. ¿Es posible ofrecer una educación sexual sin formación, sin haberse trabajado personal y colectivamente la propia sexualidad? Yo creo que no.

Si seguimos indagando sobre otros conceptos, vinculados con la igualdad, como “buen trato” o “corresponsabilidad”, pueden quedarse en eslóganes si no contienen un significado concreto. Cómo trabajamos relaciones de buen trato, más allá de un sentido bastante abstracto, nos falta la concreción del cotidiano, del aula, del patio, de los tiempos de ocio, del trabajo colectivo, de las relaciones interpersonales. Mantener la misma estructura, los roles y estereotipos de género, queriendo provocar una transformación estructural es un imposible.

La igualdad es una meta social

Hace unas semanas, en una entrevista, el tenista Rafa Nadal señalaba que es feminista porque tiene madre y hermana. Con dicha afirmación está aludiendo a los afectos, en lugar de a la justicia social que es a lo que interpela el feminismo para reivindicar la igualdad como meta social. Un tenista, que pretende ser referente y, que cuando fue padre consideró que ese hecho no tenía por qué cambiar su vida, ni su trabajo, supongo porque él es un hombre moderno que ejerce la paternidad como un hombre tradicional, es decir, descargando la responsabilidad de la misma en su compañera o en personas a las que contratará para salvar el escollo de la parte de cuidados que debería de suponer la paternidad. Nadal escenifica la brecha que hay conseguir solventar, la incongruencia entre mensajes y conductas en una sociedad que aspira a la igualdad, pero que perpetua las resistencias machistas al cambio.

Según la última encuesta del CIS, para casi el 45% de los hombres las políticas de igualdad han llegado tan lejos que discriminan a los hombres. El mismo Nadal afirmaba que no estaba de acuerdo con ese feminismo extremo y con regalar la igualdad. Nadal debería de saber que los derechos no se regalan se reivindican, se logran, normalmente, tras décadas de demandas que logran consensos sociales que nos interpela a mejorar como comunidad, como humanidad.

El incremento de los ataques violentos contra espacios feministas o que pretenden acercarnos a la igualdad no se produce por inconsciencia, por el patrón de inercia antes señalado, sino desde la plena resistencia consciente a cualquier avance a favor de la igualdad. La pregunta es cómo es posible si la mayoría de las personas creemos y trabajamos a favor de la igualdad. Considero que lo importante es interrogarnos acerca de qué genera la desigualdad, sin miedo a confrontarnos con nuestras propias creencias, sin resistencia y sin guarecernos en el propio deseo de igualdad, para desvelar el patriarcado que habita en cada una de nosotras y nosotros.

Sin lugar a dudas, la teoría feminista nos aporta esa mirada que no es una invitación a instaurar un protocolo sino a repensar nuestra manera de pensar, sentir y actuar, los tres ejes sobre lo que interacciona el género como determinante social y como identidad subjetiva. Los grupos de reflexión colectiva forman parte de los quehaceres que nos permiten ver nuestras contradicciones para impulsar prácticas no sexistas desde la ternura y la fuerza de estar transformando nuestro mundo. Todo ello sin olvidarnos del compromiso político institucional que debe de garantizar una coeducación efectiva y remover cualquier obstáculo que impida la igualdad. Solo generando sinergias y recogiendo las buenas prácticas podremos adquirir los recursos y herramientas para despatriarcalizarnos y que ello tenga impacto en todas las personas que nos acompañan y acompañamos.

Maitena Monroy, activista en diferentes organizaciones feministas, fisioterapeuta, experta en prevención de la violencia machista y formadora en Autodefensa Feminista.

Autodefensa feminista

Te animamos a escuchar esta interesante conversación que tuvimos con Maitena Monroy en el podcast de Laberintos de crianza:

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