Educación afectivo sexual

Educación afectivo sexual. Si no lo habla contigo, ¿con quién lo va a hacer?

Es difícil acercar unas pautas, unas consideraciones que supongo se esperará que sean prácticas a través de un breve artículo y más sobre un tema como la educación afectivo sexual de nuestras hijas e hijos. No soy pedagogo, ni docente pero, como cualquier persona, entiendo la educación como un proceso a través del cual queremos transmitir conocimientos, principios, normas, valores, que puedan propiciar un proceso de transformación, favorecer un crecimiento sano en las personas y de una manera cívica.

Para lograr esta transmisión sobre cualquier temática y en el ámbito familiar, contamos con el bagaje de nuestra propia experiencia educativa: saberes, posturas y opiniones de nuestros referentes personales (madres, padres, profesorado, etc.) que a lo largo de nuestra vida nos han ido calando y transformándonos. También está la influencia de la educación informal con la que los medios de comunicación, la publicidad o las tendencias de moda nos empapan hasta los huesos. Con este recorrido tratamos de influir en nuestras hijas e hijos.

La actual situación de emergencia sanitaria que hemos vivido ha hecho que inevitablemente estemos más cerca que nunca de nuestras hijas e hijos, cuanto más pequeñas, más cerca aún. Esta misma semana enseñando a mi hijo a buscar palabras en un diccionario de bolsillo, me comentó regocijado: “aita, vamos a buscar pene, vamos a buscar pene” y como está en esa edad con buena parte de su curiosidad volcada en los genitales, allá que fuimos… pero no encontramos este término, para asombro de ambos. Pasado este tiempo de deberes académicos, busqué yo vagina o vulva y no, tampoco estaban, si bien cualquier otra parte del cuerpo se encontraba bien definida.

No quiero decir que sean palabras desaparecidas de todos los diccionarios, que no es así, pero esta anécdota me evocó una de las principales características sobre la que se ha construido nuestra sexualidad: la educación por omisión. Hagamos balance, y recordemos ¿dónde hemos adquirido nuestros conocimientos sobre sexualidad? ¿Cómo se han forjado nuestras creencias, nuestros valores en este tema? ¿Quién, a lo largo de nuestra infancia y adolescencia, ha aludido directamente esta área y cómo? Seguramente, la mayoría llegue a la misma conclusión a la que llegan las y los adolescentes, cuando en talleres les planteo esta pregunta: amistades, internet, la pornografía.

La educación por omisión forja a fuego nuestras actitudes. No hay conocimientos válidos transmitidos, nos volvemos autodidactas en la furtividad, buscando a escondidas, porque aquello que se omite es por algo y seguramente, muy poderoso. Y así, sin información, esta educación por omisión esculpe en piedra nuestras actitudes, y colaboramos con el ocultismo y la desinformación, una postura a la que, inconscientemente, damos continuidad y que hace que nos intranquilice menos que nuestros hijos e hijas vean violencia a que contemplen un cuerpo desnudo.

Hablemos con nuestras hijas e hijos de sexualidad, porque si no, van a satisfacer por su cuenta su curiosidad y esto, es una certeza. En mi pubertad el acceso a nuestras fuentes de información, especialmente la pornografía, era mucho más complicada que hoy en día. Era una aventura conseguir una revista o acceder a una película porno. Actualmente, todo está más a mano. Existen cientos de plataformas que comparten videos breves que reducen a la más pura genitalidad el encuentro sexual, rápido, rapidísimo, y que ofrecen, en muchas ocasiones, relaciones teñidas de violencia y abuso, en cualquier caso, modelos alejados de afecto y cariño ¿vamos a dejar en esas manos la educación afectivo sexual de nuestras hijas e hijos?

No me quiero quedar sólo en esta reflexión de base, básica. Estas son unas líneas que también pretenden acercar unas pautas o recomendaciones para afrontar la educación afectivo-sexual de niñas, niños y adolescentes, salvando algunas de las consecuencias de esta omisión.

La primera es clara, observar cuáles son nuestras actitudes, nuestras creencias sobre la sexualidad, de dónde vienen, cómo hemos elaborando lo que sabemos sobre este tema. Esta toma de conciencia sobre nuestras actitudes ayudará a aplacar, al menos en parte, la cara de susto que se nos queda ante las preguntas de nuestros hijos e hijas, el mirar a otro lado con la excusa de algo más importante o que directamente evitemos la cuestión. Colaborar con la omisión, con la ocultación es, como hemos comentado, una manera muy poderosa de educar.

Aludamos el hecho sexual humano, con la mayor naturalidad posible, superando nuestras vergüenzas, miedos y prejuicios. No seamos reduccionistas porque la educación afectivo sexual supera ampliamente el hecho genital, reproductivo, o riesgoso: nos sitúa en los roles que ocupamos como mujeres y hombres; nos habla del placer de sentir sobre nuestro órgano más extenso, la piel; nos enseña a reconocer nuestro cuerpo en continuo cambio (especialmente en la niñez y adolescencia) y a aceptarlo; educa en una dimensión comunicacional y relacional, cívica; nos habla del amor y el cariño; somos sexo y sexualidad, aludamos a este hecho educando en la ternura hacia las demás personas.

No esquivemos las cuestiones y no tengamos reparos en decir, “me voy a informar y te cuento” cuando no sabemos algo: sexo, sexualidad, erotismo, pornografía, sensualidad, género, placer, identidad, orientación…buf! la terminología es amplia como para conocer todo desde nuestra (más que posible) desinformación. Ante esta confusión será necesario establecer un lenguaje común para saber que nos entendemos con nuestras hijas e hijos.

Utilicemos la llamada “regla de oro de la educación”: no contestar a las preguntas nada más nos sean formuladas. Ante la falta de un idioma conjunto, ¿quién sabe lo que realmente nos pueden plantear nuestras hijas e hijos con sus curiosidades?; ¿están hablando realmente de sexualidad?; ¿Nos están pidiendo permiso para algo?; ¿Están reclamando una valoración moral sobre algo que han hecho? Tratemos de indagar, de devolverles las dudas, para confirmar al máximo sobre qué nos están preguntando y usemos ese lenguaje común para asegurarnos de que estamos hablando de lo mismo… Quién sabe en qué piensa cada cual, qué aparece en su imaginario personal, cuando simplemente nombramos la palabra sexo.

Víctor Moreno. Psicólogo y Educador Social. Formador en Educación Sexual

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