Los bebés mueren, pero solo saben una de cada cuatro familias, es decir, el 25% de las que se han quedado embarazadas alguna vez. ¿Por qué siendo una realidad con una incidencia tan alta está silenciada, escondida e invisibilizada?
¿Por qué si el embarazo se frustra en el primer trimestre se considera como algo irrelevante y si ocurre en un estado de gestación más avanzado se oculta, se tabutiza y, dependiendo de lo que haya ocurrido, se estigmatiza?
Cuando las familias reciben la noticia de que su bebé ha fallecido dentro del útero de la madre o a las pocas horas o días de nacer están en una situación de gran vulnerabilidad. A nivel institucional no hay protocolos unificados de atención en este tipo de situaciones y las familias dependen del grado de empatía y humanidad del grupo de profesionales que les atiende.
En el mismo momento que se comunica la tan temida frase “no hay latido” comienza un duelo que hay que transitar, como cualquier otro, pero con una característica que lo hace especialmente duro para las familias que lo sufren: es un duelo desautorizado.
Los duelos desautorizados
La autorización o desautorización de los duelos se enfoca directamente en el espacio que deja la sociedad para el dolor que lo ha ocasionado en concreto. Hay algunos casos en los que se sobreentiende que por ciertas características, por ejemplo, la muerte de una persona muy mayor o muy enferma o la muerte de un familiar con el que no había contacto o de un animal de compañía o, por supuesto, la de un bebé que ha vivido solo en el útero de su madre o unas pocas horas o días después de nacer, el duelo tiene que durar un tiempo determinado: en concreto, un corto tiempo determinado.
Todos los duelos desautorizados cumplen esta características y en el caso del duelo gestacional, perinatal o neonatal esto se debe a que a los bebés fallecidos no se les da la entidad de fallecimientos, por lo que se menosprecia y se ningunea el dolor de las familias.
La sociedad considera que hay que dar un tiempo prudencial para recuperarse y no se tiene en cuenta que a las personas que han perdido un bebé se les para el mundo en el momento que reciben la noticia y para el resto de la sociedad sigue dando vueltas. Y cuando se considera que hay que dejar de llorar por aquella criatura, de manera inconsciente o incluso de buena fe porque es algo arraigado a nivel social, se trata el dolor de las familias con menosprecio y se niega la existencia de aquella vida y el rol de madre o padre. Y eso se hace ver con ciertas frases y comportamientos que dañan tremendamente a las familias en duelo.
Vamos a poner unos ejemplos de frases dolorosas que no habría que utilizar cómo método de consuelo con las familias que han perdido a sus bebés en cualquier momento de la gestación por el dolor que les inflige.
Primera frase dolorosa
Esta es sin duda la frase que más familias identifican como la más dolorosa de todas las que escuchan después de haber perdido a su bebé. Esta manera de minimizar el hecho de la muerte es un ejemplo claro del duelo desautorizado que las familias tienen que transitar.
Puede que tengan más criaturas o puede que no puedan o que no tengan fuerzas para volver a pasar por un trance de este calibre, pero lo que seguro que no va a ocurrir es que el amor por otro bebé haga desaparecer el dolor por el que perdieron.
Segunda frase dolorosa
El momento y el tipo de pérdida condicionan la mirada social, pero solo durante un tiempo. Pasado el tiempo prudencial de los duelos desautorizados, todas las pérdidas serán infravaloradas.
Pero dentro de todo este drama hay situaciones que están más invisibilizadas y otras que están más estigmatizadas.
Las muertes gestacionales antes de la semana 12 están, por una parte, totalmente normalizadas en el sistema sanitario lo que hace que las traten como puros trámites bajo el lema de “son cosas que pasan”; y, por la otra, totalmente silenciadas por la costumbre de no decir nada antes de esa fecha “por si pasa algo”.
Esta manera de actuar en silencio, lo único que trae a las madres y padres es silencio y dolor, ya que: ¿Si no has compartido con el resto la noticia por si pasa algo, qué se hace cuándo pasa algo? Si la respuesta es compartirlo, no se entiende que no se cuente desde el principio; y si la respuesta es mantener el silencio, habrá que pensar cuántas mujeres sentadas a nuestro lado en el metro han tenido un aborto ese mes y no lo sabe nadie más que sus parejas.
Esta costumbre de no decir nada también es la responsable de que muchas mujeres tengan que abortar farmacológicamente en sus casa cuando no hay latido durante las primeras semanas, solas y en fin de semana para no decir nada en el trabajo, por las repercusiones que podría tener.
Por lo tanto, si una familia se abre y cuenta que ha perdido un bebé en un estadio temprano del embarazo, ya de por sí está haciendo un esfuerzo por contar algo que se exige que esté silenciado, así que contestar que “mejor ahora que más tarde” es hacer la herida mucho más grande.
Tercera frase dolorosa
Y esta situación es la otra gran olvidada. Las familias que están intentando quedarse embarazadas y no lo consiguen. Durante meses, durante años. Viviendo pequeños duelos cada mes cuando vuelven las menstruaciones.
Estos casos suelen saberse por dos motivos: porque se cuente una vez se ha conseguido tener el bebé si el tema sale en una conversación; o, porque se cuente al entorno más cercano, que suele ser el que pronuncia la frase dolorosa sin, por supuesto, ser conscientes del dolor que provoca.
Cuando se hace hincapié en la obsesión, en la intranquilidad, en el estrés… inconscientemente se culpa a los padres, más en concreto a la madre, de que por sus ansias y obsesiones no se está consiguiendo la fecundación. Este tipo de duelos están impregnados de culpa y vergüenza y habría que hacer todo lo posible para no añadir más culpas a las personas implicadas.
Es muy común escuchar una falacia que consiste en hacer de un caso la norma general. Las falacias en Lógica son argumentos que parecen válidos, pero que no lo son, y en este caso la más escucha es la siguiente: “En cuanto se relajaron se quedaron embarazados”. Por supuesto que habrá casos concretos que sean así y casualidades o construcciones a posteriori, pero esta no es la normal general.
Cuarta frase dolorosa
La muerte no es contagiosa y la tristeza tampoco, pero cuando hay una muerte de este tipo, además del duelo psicológico que la familia tiene que pasar para aceptar la pérdida también se vive un duelo social por parte del entorno que se aleja porque no sabe cómo reaccionar hacia ese dolor que los viven otras familias, que es común, pero que está totalmente invisibilizado y escondido.
Es cierto que los primeros días son de recogimiento y en muchas ocasiones se prefiere la soledad sobre todo por no tener que revivir y contestar a la pregunta: “¿Qué ha pasado?”. Pero ese tiempo de encierro termina y al mes de la pérdida muy poca gente se acuerda de lo que ha pasado y es ahí donde hay que intervenir y acompañar a las familias.
Acompañar las muertes gestacionales, perinatales y neonatales no es fácil, a pesar de que las estadísticas nos dicen que son sucesos que pasan bastante a menudo, pero el hecho de ser un duelo no autorizado, deja sin herramientas a las personas para acompañar a las familias en el trance.
No son necesarias las frases de consuelo cuando no hay consuelo ni son necesarias repetir las frases que se suelen decir en estas ocasiones sin ser conscientes ya que, en ocasiones, no estamos ayudando o, incluso, estamos empeorando la recuperación. Hay que dar espacio, sobre todo al principio, pero hay que hacer saber que se sigue ahí cuando todo el mundo da por hecho que aquello ya se ha terminado. Permanecer cerca, observar con atención y acompañar en silencio y mediante gestos. Una mano, un abrazo, un beso. Un “oye, estoy aquí. ¿Lloramos juntas?”.
La aceptación del duelo
Para terminar, me gustaría hacer hincapié en lo que realmente significa transitar por las cinco fases de un duelo. ¿Significa que cuando se hace el camino (con ayuda o sin ella) se vuelve a la normalidad anterior a la pérdida?
La manera de la que se habla del duelo, puede llevar al error de que una vez que se pasa el duelo, dure lo que dure, los sentimientos, el dolor, las heridas y las cicatrices que ha dejado la pérdida se irán con él.
La realidad no es esta. El duelo no es un viaje que cura y deja a las personas como si no hubiera pasado nada. Las heridas dejan cicatrices y pasar el duelo permite curarlas sin que se infecten, pero las heridas siempre dejan marcas, como las que tenemos en las rodillas de las caídas en la infancia.
Sin embargo, también hay sitio para la esperanza.
Pasar un duelo, tanto si está autorizado como si no, significa aprender a gestionar lo ocurrido y a vivir de otra forma porque el proyecto y las expectativas desaparecen con la pérdida y porque la normalidad que se conocía y la persona que se era antes de las pérdidas se esfuman.
Al final, con trabajo y acompañamiento, se transita y se vuelve a tener momentos de felicidad, ¡claro que sí!, pero nada es igual. Es otra cosa. Y eso está bien. Esa es la aceptación y el final del camino.
Nerea Azkona, antropóloga e investigadora de duelo perinatal
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