“Ama he pensado que mejor voy con mis amigas a comprar las botas de fútbol. Tú no vengas, no quiero ir contigo. Dame dinero que yo ya sé cuáles comprar y cómo”
Puede que tu hija de 13 años te “informe” de algo similar en un momento dado. Y tú, como madre, empieces a rumiar por dentro: “¿Cómo que con sus amigas? Si siempre he ido yo. ¿Y si no compra el número adecuado? ¿Y si la lían en la tienda? ¿Y si pierde el dinero por el camino? ¿Y si no encuentra la tienda? Pero bueno, por otra parte, ya es mayor…”
Nuestra misión como madres es acompañar a nuestros hijos para que cada vez sean más autónomos y puedan ir desarrollando habilidades para la vida. Eso exige una mezcla de:
- animarles a que “exploren”, prueben retos e incluso se equivoquen a veces.
- posibilitar que lo hagan con cierta seguridad (para eso están las rutinas, las normas y los límites)
Todo ello, por supuesto, estimulando aprendizajes necesarios y con mucha expresión de afecto.
La adolescencia es una etapa en la que han de dejar de ser niñas para avanzar a la adultez. Y, también y especialmente, tienen que experimentar, “espabilarse”, probar…( sobre todo, con sus iguales) para llegar a ello. Y también siguen necesitando un marco de seguridad con cierta disciplina y afecto.
Como padres, hemos de practicar cierto equilibrio entre:
SEGUIR CERCA para:
- Expresarles el afecto.
- Practicar la escucha.
- Mantener cierta autoridad protectora, entendiendo sus “desafíos” y dando más margen a la negociación en algunos casos.
- Ser la “red de circo”” que les acoja si se “caen” en algún reto.
ESTAR UN POCO MÁS LEJOS para…
- Estimular su autonomía y sus retos
- Aceptar que, aparentemente, ya no somos su principal referencia. (lo son las amigas u otros adultos) A veces, queremos hacernos amigos suyos y no es nuestro rol y no es lo que necesitan.
- Dejar que se equivoquen
Pero en la práctica no es fácil aceptar su distanciamiento y encontrar el equilibrio de a qué distancia colocarnos de ellas. ¿Por qué?
- Porque es la primera vez que tenemos que practicar una distancia que se dirige a más lejanía (incluso si tenemos hijos que ya han pasado la adolescencia; cada hija es diferente, cada situación vital, cada periodo social…)
- Porque se nos activa el miedo de que, al aumentar la distancia, se puedan escapar de nuestro control protector y les pase “algo malo”.
- Porque se nos descuadra el rol que quizás hasta ahora habíamos ido teniendo y en el que más o menos habíamos encontrado cierta tranquilidad y ciertos “trucos” en la crianza.
- Porque intuimos que cada vez volarán un poco más alto y llegará cierta soledad a nuestras vidas.
- Porque se alejan desafiándonos o contradiciéndonos a veces y nos hacen sentir que nuestras expectativas, nuestras creencias, nuestro orden no es válido ya, no es perfecto, único o aceptado
Así que a la hora de decidir si dejamos a nuestra hija ir a comprar las botas de fútbol tendremos que valorar diferentes aspectos:
- De ella: su experiencia previa, madurez, en quién se va a apoyar…
- De mí: mis miedos, mi confianza en ella, cómo valoro riesgos, mi capacidad de negociar y en qué …
En el ejemplo de las botas de fútbol, una distancia muy corta (quizás excesivamente corta) sería ir directamente a comprar las botas de fútbol sin nuestra hija y llevárselas a casa. O que nos acompañe a la tienda pero sin dejar meterle baza en nada, elegir nosotras las botas e incluso llevar nosotras la bolsa de la compra.
Una distancia muy larga (quizás excesivamente larga) sería dar vía libre sin más, sin hablar de nada con ella y dejarle la tarjeta de crédito con la clave.
Dentro de una distancia media podría haber diferentes posibilidades. Por ejemplo:
- Acordar previamente dónde ir y qué precio máximo gastarse, acompañarla a la tienda y que busque ella la sección de botas, pregunte a una asesora, se ajuste al presupuesto acordado, pague, revise vueltas y lleve la bolsa de la compra.
- Acordar previamente dónde quiere ir a mirar las botas, ver si sabe cómo llegar hasta allí y qué va a necesitar, negociar de antemano el presupuesto, darle el enfoque de ver diferentes tiendas para comparar, posibilitar que vaya con algunos amigos, tratar cómo y a quién va pedir asesoramiento en la tienda y dejar que vaya con sus amigos.
¿Qué opción tomar en este tipo de situaciones? Como decíamos antes, todo dependerá del tema que tengamos entre manos, de su experiencia previa, de los aprendizajes que haya podido ir haciendo, del grado de confianza que se haya instalado, de la capacidad de negociación con unas líneas rojas si es necesario, de nuestros miedos…
Nos va a pasar con cuestiones cotidianas varias. Con las tareas domésticas, con los estudios, con el ocio y tiempo libre, con el uso de la tecnología, con la gestión de las relaciones sociales, con su propio autocuidado …
Hemos de tener en cuenta que crecer significa caminar hacia la autonomía. Es verdad que somos una especie “social” y siempre vamos a necesitar el apoyo afectivo e incluso logístico de otras personas de nuestra red. Lo importante es que esa “dependencia” sea en grado justo, sana, oportuna, incluya autonomía y no una sobreprotección o bloqueo de la autoestima.
Es todo un reto al que nos enfrentamos los padres durante la crianza. En la adolescencia lo vislumbramos de forma más llamativa. Acompañar, “flotar”, estar disponible, escuchar, segurizar, posibilitar… son palabras que entran con fuerza en esta etapa.
Y por si alguien está preguntándose cómo acabó la historia de las botas de fútbol…la cosa fue bien. Después de una conversación y cierta negociación con algún límite, fue con una amiga, llegó a una tienda correcta, pidió asesoramiento a la vendedora, compró las botas con los tacos adecuados, eligió unas de un precio intermedio, cogió el ticket por si acaso, trajo el dinero que le sobró y acertó en el número de pie. Sólo se le olvidó haber mirado más tiendas y anticipar que tenía que haber llevado una bolsa para traerlas … pero eso se nos olvida hasta a las adultas más precavidas.
Begoña Ruiz, psicóloga
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