Una de las ventajas que tenemos los seres humanos es nuestra capacidad de anticipar, imaginar, prever… Esto nos da grandes oportunidades. Y también hace que, muchas veces, nos encontremos con cierta distorsión entre lo “esperado” y lo “real”. Ya sea por imprevistos, inexperiencia, creencias erróneas, cambios (algunos más controlables y otros menos)… Al ser madre o padre también nos puede pasar esto.
Algunas madres pueden decir que la crianza está siendo “mejor” de lo esperado (al haberse puesto en un panorama imaginado peor, por ejemplo) Otros pueden decir que, por circunstancias, la crianza está siendo un poco “más difícil” de lo previsto. En cualquier caso, todas coinciden en que es un cambio en la vida, sin duda, y es algo “intenso”.
Hasta hace unos años pocas madres se atrevían a hablar de la “cara B” más difícil de la crianza (por llamarla de alguna forma) Porque no queda bien, porque hay una idea social de la maternidad idealizada, porque hay que hacer una crianza “superrespetuosa” y no hay que quejarse, porque mejor no hablar de eso que sino la gente no se anima a tener hijos (y luego no vamos a poder pagar las pensiones…) O porque, pasado un tiempo nuestro cerebro “olvida” momentos menos buenos y predominan los recuerdos “buenos”.
En cualquier caso, la crianza puede “remover”, ser intensa, cansar y no ser lo que esperábamos exactamente.
Si nos centramos en su llegada cuando son bebés, podemos tener en cuenta algunas cuestiones al respecto. (Se repiten durante la crianza en otras edades de distintas formas)
- La pérdida de la “simbiosis”
Durante el embarazo, madre y bebé están fusionadas compartiendo, por decirlo de alguna manera, cuerpo, alimento, protección…Después del parto, y aunque los cuidados requieren aún mucha cercanía, esta situación se pierde. La envoltura protectora que tenía el bebé: sin gravedad, con temperatura fija, con alimentación automática sin esperas, con amortiguación de estímulos, con una continuidad estable… se pierde. Y habremos de encontrar… habremos de darle otra “envoltura” protectora un tanto diferente pero protectora también.
Esto exige una adaptación frente a la pérdida de este primer estado de “fusión” y continuidad. Una adaptación para el bebé pero también para la madre y para la otra posible figura progenitora. Y la iremos haciendo.
- La imagen del bebé.
Hoy en día, solemos saber algunas cosas de nuestro bebé antes de que nazca: el sexo, el tamaño aproximado, su estado básico de salud…
Generalmente, cuando nacen no son “las personas más bellas del mundo” y, siendo así, nuestro amor (y sistema hormonal) ya se encarga de que las veamos “maravillosas”. Eso no quita para que, a veces, tengamos que hacernos a la idea de características que no teníamos en mente exactamente tal cual son: mucho pelo, pelo pelirrojo, orejas grandes en comparación con cabeza, ojos de color azul, cuerpo largo y flaco, costra láctea que se le forma, llora mucho, aún no sonríe … Esto lo vamos gestionando de una manera más o menos fácil: A veces, desde cierta sensibilidad que podemos vivir, nos “puede dar un poco más la lata” el ajustarnos a la imagen pero, en general, lo vamos resolviendo.
En otros casos, con menos fortuna, podemos descubrir alguna alteración que no se preveía o no se había detectado. Más allá de todo el abordaje médico que puede requerir y el agotamiento que puede suponer esto en sentido amplio, la “recolocación” requiere de un proceso emocional intenso en el que el apoyo familiar, de otras familias que hayan pasado por ello o incluso de profesionales que ayudan a nivel emocional va a ser importante.
- El vínculo de apego se va creando.
Quizás pensemos a priori que pondrán a nuestro bebé en nuestro pecho tras el parto y dejará de llorar automáticamente y sentiremos que se crea de forma mágica e inmediata el vínculo de apego. Evidentemente, ya habremos creado antes del parto una vinculación afectiva por nuestra parte con el bebé, el “piel a piel” en las primeras horas es muy importante y empezaremos a vivir una emoción intensa de afecto nada más que nazca. Y, siendo así, el vínculo de apego se va a ir creando poco a poco (durante el primer año, sobre todo) en un proceso, en la interacción, en la disponibilidad, en la conexión, en los cuidados…desde el afecto.
El sostén corporal ajustado, la comunicación tranquila vía palabra (dicha- cantada) y vía mirada, el tacto de la piel distendido, la risa, la respuesta al llanto, los pequeños juegos que podremos ir haciendo con el paso de los meses …serán elementos a introducir en los diferentes cuidados para favorecer el apego. Iremos viendo cómo habrá momentos en los que el bebé necesita/quiere/le posibilitamos estar muy “pegado” a nosotros y otros en los que, a medida que crece, necesita/quiere/le posibilitamos ir explorando algunas cosas (su propia mano, cara y pies, algún elemento de la cuna, algún juguetillo, los sonidos del ambiente…) Siempre posibilitando esta exploración de forma segura y en función de la edad en la que va avanzando.
- El “llanto” forma parte del vínculo de apego.
Una forma que tienen los bebés de expresar alguna necesidad es el llanto (hambre, sueño, incomodidad en la piel, molestia digestiva, necesidad de cercanía…) De hecho, el llanto es uno de los “impulsores” en la generación del apego. Por ello, es importante tener en cuenta y atender el llanto y lo que puede haber detrás de él. Hay bebés que lloran más y otros menos. Esta diferencia no tiene que ver, a veces, con que unos tengan mejor resueltas sus necesidades y otros peor. Influyen otros factores como el temperamento, la sensibilidad… En cualquier caso, el llanto es una señal a responder e iremos conociéndolo y respondiéndolo. Viendo su sentido, la “urgencia”, la posible cierta espera tranquilizando con la voz…
La sonrisa, el tocarnos, el dirigirnos sonidos-voces, el mirarnos y el deseo de jugar juntos se van añadiendo al abanico de esfuerzos que hace el bebé en su búsqueda de apego. Como decíamos arriba, nosotros también haremos esfuerzos de ajustarnos en ese sentido.
Pero hay que reconocer que, muchas veces, no nos esperábamos tener que escuchar tanto llanto de nuestro bebé. Y, sobre todo, no nos imaginábamos el estado de inquietud en el que nos pone el lloro. (“¿Otra vez llorando? ¿Y ahora qué le pasa? Tengo que hacer algo pero no sé exactamente por qué llora y qué hacer…”) Poco a poco, se va aprendiendo cómo hacer y nos seguimos activando ante el llanto pero de otra manera un poco “más tranquila”.
- La “intensidad” de los primeros meses en los cuidados desde “cerca”
Los primeros meses, por la inmadurez con la que nacemos las personas, los cuidados requieren casi una segunda fase de “semifusionalidad”. Tanto para comer, para sostener, para calmar, para ayudar a dormir, para asear… Supone una disponibilidad corporal y emocional importante que “gusta”, en gran parte, y “cansa” también. Sobre todo, si hemos de centrar mucho tiempo y con mucha intensidad los cuidados en una sola persona.
Poco a poco, con el paso de los meses (y años), irán ganando madurez y no tendremos que estar tan “pegados” todo el rato. Esto requiere tiempo de maduración y que nosotros también vayamos dejando un poco más de “distancia” Por ejemplo, dejando que estén en el suelo para que se muevan y exploren (estando siempre cerca y vigilantes y asegurando el espacio según la edad), ir utilizándo estrategias para ayudarles a conciliar el sueño de una forma un poco más autónoma… La clave está en ir respetando los ritmos, posibilitar que tengan ciertos retos de maduración esperables y preguntarnos si estamos corriendo demasiado en “obligarles” a que se separen o “hagan cosas” o les estamos “cortando” exploración por exceso de miedos propios o porque tenemos la necesidad propia de que estén “muy pegadas”.
- El “olvido” de las necesidades de la madre/padre.
Otra cuestión que quizás no esperábamos es que nuestras necesidades parecen quedar relegadas frente a las del bebé. Lo sentimos nosotras mismas y nuestro entorno también puede orientarse a ello. En parte, esto ha de ser así, sobre todo, en los primeros meses. La crianza también nos llena la necesidad de transcendencia, amor, ilusión… y alimenta nuestra autoestima. Y; siendo así, sería interesante recordar la existencia de nuestras propias necesidades, poder satisfacerlas de alguna forma (por lo menos las más básicas), dejar que nos recuerden esto y pedir ayuda para poder cubrirlas si es necesario. De hecho, una de las habilidades parentales es, precisamente, autocuidarse, ya que el cansancio o el estrés pueden ser patentes. Esto pasa por tomar consciencia, mostrar nuestras necesidades de forma asertiva, dejarnos cuidar, pedir ayuda al entorno y poder compartir cuidados, logística y tiempos de atención al bebé.
- La soledad de quien hace más tiempos de cuidados.
En general, estamos en una sociedad en la que la “tribu” o tener “tiempo de tribu” puede ser un poco complicado. Podemos ser una familia monomarental, podemos vivir más apartados, podemos estar rodeadas de personas que trabajan o están en algún proceso vital complicado… y la sensación de estar solas cuidando al bebé durante unos cuantos meses mientras el resto de personas está a su “vida” puede “pesarnos”.
Por ello, salir al parque, a la calle, participar en programas, talleres o espacios de encuentro con otras madres y padres, entre otras ideas, ayuda a sentirse acompañada muchas veces.
- La inseguridad en el rol.
Lo de que los bebés vienen sin libro de instrucciones es verdad. Y hay un punto de incertidumbre y de “no saber cómo hacer exactamente” que nos puede agobiar. Sobre todo, en una sociedad que trata de que todo esté controlado y, especialmente, para personas con ciertos temperamentos más perfeccionistas o sensibles.
Tratamos de buscar algunas certezas en la crianza echando mano de libros, artículos, talleres, sabiduría de abuelos y abuelas, experiencias de otras madres y padres…Y eso puede ayudarnos y nos ayuda. Sabiendo que no vamos a encontrar el “libro de recetas” único y maravilloso. Porque cada niña es diferente, porque hay algunos consensos en las teorías sobre lo mejor para criar pero algunas te dicen una cosa y otras una cosa un pelín diferente, porque el estudio “científico” de las vivencias de los bebés es reciente, va avanzando poco a poco pero está limitado, porque a veces el exceso de información nos coloca en más inseguridad, porque no podemos estar todo el día en pediatría preguntando dudas…
Así que nos toca combinar cierta incertidumbre (que nos va a acompañar durante la crianza aunque seamos madres o padres “veteranos”) buscando también orientaciones que nos ayuden. Las podemos encontrar en nuestro entorno, en profesionales que se ocupan de ello, en talleres de encuentro y contraste con otras madres y padres, en algunos libros… Y será interesante siempre dejar “hueco” a la confianza en nosotros mismos y en ese “instinto” que ha de llevar sentido común y aprendizaje.
- Las dudas y la contradicción interna.
Quizás tampoco esperábamos sentir contradicciones o tantas contradicciones durante la crianza relacionadas con nuestra situación de pareja, con nuestra vuelta al trabajo, con nuestro amor-odio a nuestras madres-suegras, nuestras ideas sobre la crianza e incluso sobre nuestro proyecto de vida o autoestima. Porque podemos encontrarnos en un momento vital (a veces se da en el embarazo ya) de “revisarnos y revisar cosas”. Esto puede ser un elemento de crecimiento personal muy interesante pero también nos puede añadir estrés. Poder tomar consciencia de ello, poder aceptar que nos lleguen contradicciones, poder compartirlo con algunas personas adecuadas…puede ayudar sabiendo que “gestionarlo” requiere un darse tiempo y una cierta “tranquilidad”
En cualquier caso, a medida que el bebé va creciendo, va ganando en autonomía, va conociendo el mundo, explorando… los cuidados se hacen desde un poco más de distancia, con más seguridad, con aprendizaje… Siendo así, como madres y padres, nos vamos a enfrentar a retos, intensidades, preocupaciones, reajustes… durante toda la etapa de crianza (primera infancia, segunda infancia, preadolescencia, adolescencia…y un poco más)
Por supuesto, afortunadamente, también disfrutamos de ellas, de la crianza en sus diferentes edades, de sus aprendizajes, de sus emociones y de las nuestras y crecemos junto a ellos en muchos sentidos. Nuestra necesidad de amor, de compartir, de aprender, de transcender, de confiar… se van satisfaciendo. Eso nos “llena” y vamos haciendo un balance positivo de la crianza… Puede que en algunos momentos de “crisis” nos sorprendamos diciendo cosas tales como: “Si lo llego a saber…Quién me mandaría a mí…” Son expresiones propias de momentos de tensión o descarga. Lo importante es que no sean excesivos, no los explicitemos delante de los niños e introduzcamos esa pizca de humor que desdramatiza.
En general y para esos momentos de crisis, hay algo que todas las madres y padres reconocemos como ayuda: poder encontrarnos con otros padres y madres en espacios de seguridad. Es uno de los elementos claves para generar la emoción de seguridad, para desestresarnos, para no sentirnos solas y darle una concreción a nuestro plan de autocuidado.
Desde BBKFAMILY se ha desarrollado el programa “Creando vínculos con tu bebé” en este sentido. Aquí tienes algunas de las reflexiones de madres y padres participantes:
Creo que somos super afortunad@s de haber podido participar en este proyecto que hacéis posible. He aprendido muchísimo en estos meses y me ha sido de gran ayuda. Espero que el proyecto pueda seguir adelante y puedan disfrutar de él muchas más familias”.
Me ha ayudado a mejorar el bienestar en mi familia, sobre todo por la red de apoyo. No me esperaba esto, ha sido una gozada”.
Este programa me ha servido para tener una mayor red de apoyo con otros madres y padres y conocer más profesionales que trabajan en infancia y familia”
Me ha ayudado a vivir la maternidad de forma diferente. Me hubiera gustado tener esta oportunidad con mi primer hijo”.