“¿Cómo hemos llegado al punto de discutir así diciéndonos estas cosas tan horribles?”
“Llega 10 minutos tarde ¿Qué le habrá pasado? Cuando venga le voy a decir que no sale más a estas horas, yo no lo quiero pasar tan mal”
“¡Mierda, me ha visto llorando! ¿Qué va a pensar de mí?”
“Ccualquiera le dice que se ha acabado el cumpleaños y que hay que recoger. No sé si ha sido buena idea tanta estimulación y tanto azúcar …”
Quizás hayas vivido o puedas vivir alguna de estas situaciones durante la crianza. Son diferentes pero todas tienen algo en común: en ellas las emociones y la forma de gestionarlas están influyendo o “pesando”.
Y es que nuestra forma de elaborar la rabia, el miedo, la tristeza, la culpa, la alegría, la calma… afecta a nuestra forma de pensar, reaccionar o actuar. Para bien o para mal. No es lo mismo establecer una discusión con una rabia desmedida y agresiva que con cierta calma que permita una comunicación no violenta. No es lo mismo reconocer cierto miedo imaginado a que le pase algo malo a nuestra hija y elaborarlo que entrar en un pánico total que corte su proceso de autonomía. Es diferente reconocer que la tristeza pueda estar en nuestras vidas que rechazarla a toda costa y sentir culpa si nos ven expresarla. Y no es lo mismo potenciar la alegría que alimentar una euforia desmedida constante para ser feliz que luego es difícil calmar.
Pero ¿qué son las emociones?
Las emociones son respuestas de nuestro cuerpo ante determinadas situaciones. Tienen algunas características:
- Son muy rápidas (cosa de segundos)
- Son inconscientes (“saltan” en nuestro cuerpo sin que nos demos cuenta casi)
- Se pueden “contagiar” fácilmente de unas personas a otras.
Además, no hay emociones positivas ni negativas. A priori, todas son necesarias y adaptativas. Por ejemplo, es bueno tener miedo en una calle oscura, es adecuado sentir rabia si cometen una injustica contra ti, es conveniente sentir asco ante un alimento en mal estado, estar triste si se ha muerto alguien querido, sentirte curiosa para aprender o vivir cierta culpa ante un error para poder buscar alternativas diferentes para el futuro…
La cosa con las emociones se complica cuando, por ejemplo: nos “prohibimos” sentir emociones, “anulamos” alguna, siempre estamos en la misma emoción, las vivimos con demasiada intensidad, no tienen sentido adaptativo para ciertas situaciones o nos las llevamos de un contexto a otro sin venir a cuento. Por ejemplo, es normal sentir cierto enfado si alguien te ha movido algo de tu mesa pero no llegar a una ira violenta. Tampoco es adecuado estar siempre enfadado por todo, no enfadarse nunca o llevarnos el enfado del trabajo a casa.
Por ello, es importante que podamos desarrollar lo que llamamos Inteligencia Emocional. Es un aprendizaje que empieza en la infancia, sigue en la adolescencia, en la juventud y … toda la vida. La Inteligencia Emocional supone alcanzar una serie competencias para:
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Tener autoconciencia emocional.
Supone identificar qué emoción estoy sintiendo en el cuerpo, cómo se llama, con qué intensidad la estoy viviendo, cómo me está influyendo, si es adecuada para el momento…
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Tener autoregulación emocional.
Lleva a poder adaptar la emoción a una intensidad adecuada, poder expresarla de forma ajustada o cambiarla a otra si no ayuda en esa situación.
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Generar automotivación.
En este caso se busca colocarme en una emoción adecuada que me ayude a emprender un reto, una tarea, un compromiso…
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Potenciar la empatía emocional.
La empatía relacionada con percibir y comprender las emociones de la otra persona, las emociones que la acción de la otra persona “despierta” en mí y poder ajustar mi emoción de forma adaptativa para tener una relación mutua respetuosa o de ayuda.
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Habilidad Social.
La habilidad, para desde la empatía emocional, poder relacionarme de forma respetuosa y asertiva.
Todo este proceso de desarrollo de la Inteligencia Emocional lo vamos haciendo poco a poco, casi sin darnos cuenta. Nos van a influir las experiencias que hayamos tenido, las vivencias, el contexto social en el que estemos, y, sobre todo, el modelo que podamos tener de nuestra familia de origen o nuestra red afectiva.
En este sentido, hemos de tener en cuenta que padres y madres, tenemos dos grandes “tareas” interrelacionadas respecto a las emociones:
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Gestionar nuestras propias emociones
La inteligencia emocional es fundamental para poder relacionarnos con cualquier persona, incluidos nuestros hijos durante la crianza. Es necesario, por ejemplo:
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Tomar conciencia e identificar qué emoción estamos sintiendo con nuestra hija.
Se trata de ver qué emoción siento, que intensidad tiene mi emoción, si es conveniente para la situación con nuestra hija, si la “traemos” de otros sitios y no tiene sentido y si hace falta “cambiarla”. Esto es algo que nos puede ocurrir con la rabia. A veces, nos enrabiamos demasiado, nos dejamos contagiar por su rabia, entramos en una escalada “violenta”, estamos ya enfadadas antes de entrar a casa y tenemos menos paciencia o la rabia nos bloquea para poder escuchar, negociar o ejercer una disciplina positiva con calma. Bajar el enfado y tratar de pasar a cierta calma será necesario.
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Conectar, comprender, validar y dar cobertura a la emoción de nuestro hijo.
Por ejemplo, tendremos que conectar con el miedo que nuestro niño puede tener a los perros, comprenderlo, no ridiculizarlo, sintonizar con ese miedo, no dejarnos llevar por el pánico nosotros y colocarnos en una emoción de seguridad o calma que pueda darle tranquilidad y animarle a afrontar ese miedo con cierta “valentía”. Podremos entender también y explicitar el asco que pueden tener a una comida nueva: “Parece que el tomate te da un poco para atrás, como asco. ¿Es así? A veces hay cosas nuevas que nos dan repelús … El tomate es sano … Si ….igual …poco a poco …de esta otra forma…para acostumbrarse…tendremos paciencia”
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Descubrir qué modelos, creencias, enfoques “arrastramos” y condicionan nuestro estilo emocional en general y también en la crianza.
Por ejemplo, si tengo un modelo de disciplina autoritaria que justifica una ira desproporcionada y violenta no estaré haciendo una buena cobertura a las necesidades de mi hija. Si tengo la creencia de que “llorar” es de débiles, no es de “hombres” o es algo a ocultar, es probable que mi hijo adquiera también esta idea y anule la expresión de tristeza en su vida actual o adulta. Si comparto un modelo social en el que hay que lograr la felicidad a toda costa a través de la euforia, trataré de evitar cualquier frustración en la crianza o buscar siempre “estar a tope” de actividades estimuladoras con las consecuencias negativas que tiene esto.
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Tomar conciencia de qué modelo de gestión emocional les estamos dando.
Sabemos que gran parte del aprendizaje se hace por imitación. Y nuestras hijas también van a imitar cómo elaborar las emociones. Si siempre activamos el miedo anticipatorio ante cualquier reto (“y si sale mal…,pero mira qué peligros tiene… y si te engañan…, y si …”) es probable que también enfoquen sus retos así o no quieran emprenderlos. Si reaccionamos sin filtro ante el cansancio con un estallido de rabia, podrán copiar eso también. Si ven nuestros intentos para calmar una rabia, expresar una tristeza, mostrar curiosidad… es más probable que quizás también se esfuercen en ello. Y es muy interesante en estos casos poner palabras: ”Me estoy enfadando mucho y voy a tratar de calmarme para no decir cosas feas” “ Estoy llorando porque me he enterado que una amiga está enferma” “No te estaba haciendo caso porque me he quedado “pillada” mirando lo que dicen en este documental. Me ha dado mucha curiosidad”
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Ayudar a nuestras hijas a gestionar las emociones.
Cuando nacemos, nuestro cerebro más emocional está muy activo y esto hace que las niñas pequeñas vivan las emociones de forma intensa. Las estrategias que tenemos las personas adultas para tener autocontrol y canalizar emociones aún no las tienen incorporadas porque su cerebro más racional aún no está tan desarrollado, no han visto tantas formas de conseguirlo o no han aprendido algunas fórmulas corporales y mentales para ello. Así que nos toca a padres, madres y personas adultas ayudarles con sus emociones. Es lo que se llama la heteroregulación emocional. No podemos esperar que una niña muy pequeña se “calme” sola si tiene mucho miedo, está muy enfadada o supereufórica, por ejemplo. Necesita nuestra calma para calmarse.
Con nuestra ayuda y siendo modelos, irán aprendiendo, poco a poco, a tener cierta autoregulación emocional, sabiendo que es un proceso largo y que, por ejemplo, en la adolescencia hay cierta desregulación de nuevo y es un momento crítico para el acompañamiento emocional.
Concluyendo, es interesante ir ayudando a niños y niñas a identificar qué les pasa en su cuerpo, cómo se llama eso, qué les lleva a hacer…, ayudarles a gestionar sus emociones, darles fórmulas para ello y que nos vean usarlas también… Sabemos que es a partir de los 6-7 años cuando se pueden empezar a ver cambios de una forma más significativa por ejemplo en la empatía emocional al dejar el egocentrismo más marcado de etapas anteriores.
Todo esto a veces no nos resulta fácil ya que no es algo que nos hayan enseñado a nosotras de niñas, adolescentes…A veces, además, estamos inmersas en situaciones de cansancio y estrés que son enemigas de la inteligencia emocional. O nos vemos metidas en modelos y dinámicas sociales que no ayudan.
Tomar conciencia de la influencia de nuestras emociones y autoconocernos en este sentido es lo primero. A partir de ahí, podrá ser más fácil que la inteligencia emocional nos ayude en la crianza y podamos apoyar a nuestras hijas a desarrollarla también. A veces, pedimos herramientas, fórmulas, recetas… para que nuestra hija no sea tan miedosa, no explote de rabia, esté más contenta, tenga más curiosidad por los estudios … sin darnos cuenta de que una gran parte de todo el “trabajo” que podemos hacer tiene que ver con nuestra propia elaboración de emociones.
¿Cómo ir logrando que las emociones no nos “pesen”, sino que nos “aligeren” la crianza? Tenemos un reto. A por ello.
Begoña Ruiz. BBK Family
Curso de Regulación emocional en los primeros 8 años de vida de la psicóloga Begoña Ibarrola
Esta semana en la campaña “¿Estás ahí?“ abordamos las emociones. Además de este artículo, tenemos un curso online y gratuito impartido por la psicóloga Begoña Ibarrola sobre regulación emocional en los primeros 8 años. Tienes más información e inscripciones aquí. Este es el primer vídeo del curso:
Y cómo cada semana, el reto “¿Y tú, qué haces?” que nos lo propone Eva Bach
Retos de las semanas anteriores:
Taller «¿Estás ahí?» para mejorar la disponibilidad en la crianza