La nueva pareja de papá o de mamá: Desafíos, oportunidades, errores y una puesta de sol en Bora Bora

“¿Que por qué estaba yo con esa mujer?

Porque me recuerda a ti. De hecho, me recuerda a ti más que tú misma”.

Groucho Marx

 “¿Qué salvaría si mi casa se incendiara?… Salvaría el fuego”.

Jean Cocteau

Voy a tratar de disparar algunas reflexiones acerca de este complejo tema en el que, con cierta frecuencia, se ven involucrados hijos e hijas y, no raramente, con un cierto malestar. En otros casos, este nuevo contexto mejora, claramente, su calidad de vida o genera una posibilidad de reparación y aun de esperanza.

Es imposible suministrar pautas inequívocas y sí, en cambio, algunas orientaciones. El truco diría que es danzar delicadamente entre dos polos: el de la tarea obligada y descomunal de educar/cuidar/servir a los/as niños/as y el derecho del adulto a ser feliz y no olvidarse de uno/a mismo/a. Todo ello desde una jerarquía marcada: que somos los padres/madres, no sus amigos.

Cuando enumere las dificultades que entraña volver a emparejarse siendo padres o madres, no vayan a pensar que no creo en el amor o ando aguando la fiesta: nada me haría más feliz que contemplar el manto de estrellas en Bora Bora con mi pareja. Sin embargo, cuando somos padres o madres, surgen algunos conflictos de intereses. Tal vez deban cancelar sus pasajes de avión a la Polinesia y, en vez de ello, pasear por el muelle de Getxo antes de que hormigonen el mar, que parece que molesta tanto agua.

No conforma una tarea baladí volver a ejercer de novio/a cuando ya se es ama o aita”.

Decía que no conforma una tarea baladí volver a ejercer de novio/a cuando ya se es ama o aita. En algunos casos parece más fácil alcanzar la cruz del Gorbeia trepando de rodillas. ¿Por qué? Porque en esta coyuntura se entrecruzan varias dinámicas: separaciones más o menos recientes (a veces dolorosas y/o conflictivas), la psicología de cada uno de los implicados, los temores o esperanzas de los/as hijos/as y, en ocasiones, ideas absolutamente delirantes sobre la crianza.

Algo que observo en mis clientes es que todo se remite al manido vínculo entre las personas. Los mayores desastres emocionales (y salvaciones), la solidez de la salud emocional y la capacidad de resiliencia se entroncan con la naturaleza de las relaciones significativas que nos acompañan cuando estamos creciendo. El bienestar afectivo depende en gran medida de la calidad de estos vínculos, de que los/as cuidadores se centren eficazmente en el ser que está creciendo, de que calmen, empaticen, cuiden, supervisen…

Nuestros cataclismos emocionales van de la mano de la decepción que nos generan quienes debían amarnos, se vinculan con la incapacidad de dar sentido al dolor o con el desamparo que nos causan los cuidadores/as. Ahí entra en juego (o colisiona a veces) el hecho de que papá o mamá se enamoren de nuevo. Eso cambia las reglas afectivas del juego, surgen percepciones nuevas de los progenitores y de los hijos e hijas, las cosas ya no son como solían. Puede generarse un periodo de turbulencias, de riesgo y, siempre pero siempre, de oportunidad.

Reflexiones a la hora de tener una nueva pareja cuando tenemos hijos e hijas:

Elaboraré una serie de reflexiones telegráficas sobre este tema de la nueva pareja de papá o mamá desde el punto del niño o niña u adolescente. Trataré de abordar la mayor cantidad de aristas e incitar a la reflexión. Me basta con que piensen sobre ello, no trataré de convencerles de nada que ya estoy mayor para tales empresas. Piensen también que puedo estar abusando ahora mismo del daiquiri en Bora Bora y he perdido la perspectiva. Vamos allá:

  1. Los niños/as (sobre todo los de menor edad), suelen albergar durante meses o años, a veces de un modo meridiano y otras de una manera secreta, la fantasía de que sus progenitores se van a reconciliar. No obviar esto es vital. Trabajarlo, hablarlo, reconducir esta expectativa con delicadeza es una gran tarea. Ignorar esto, y presentar de sopetón al novio/a, equivale a armar la fogata de San Juan en medio de una gasolinera. ¿Qué puede salir mal?
  1. Un poco de empatía: los/as niños/as han experimentado ya una pérdida descomunal (y, ojo, que hay muchísimas separaciones terapéuticas y necesarias). El mundo que conocían se esfumó y necesitan reasegurarse. Precisan saber que no va a seguir desintegrándose de algún modo. Si este punto no se ha reparado y papá o mamá “cae” con su nuevo/a novio/a, no puede gustarles de inicio. Tienen miedo, necesitan saber que sus vínculos no van a continuar invisibilizándose, como terrones de azúcar en el agua. Una variable obvia a tener en cuenta es el tiempo transcurrido desde la separación. También es importante que el/la menor sea acompañado/a en esa nueva estabilidad y se acomode al nuevo contexto.

Sean conscientes de que los progenitores vamos proyectando, pensando, tomando decisiones drásticas, elaborando el duelo desde antes y que a los/as niños/as, en general, les cae todo de golpe (los hay muy conscientes de los divorcios emocionales). Nuestros tiempos y los suyos son diametralmente opuestos.

  1. El estado mental del enamorado/a. Los/as menores son sólo gente de corta edad, no estúpidos/as. Cuando las personas se enamoran, se encuentran centradas en sí mismas, enamoradas de estar enamoradas. No puede ser de otra manera (aunque también hay quien va al amor como quien acude a San Mamés: con el freno de mano puesto, aterrorizado y a ver de qué modo de truncan las cosas de nuevo). ¿Y? Evidentemente, la relación con la/el menor es fácil que se altere. Los padres o las madres no se sitúan (temporalmente) en la delicada tarea de la crianza. No es que lean Neruda extasiados/as mientras la niña de 6 años mira una película de vampiros. Se trata, simplemente, de que la energía del adulto se sitúa en otro lugar y el niño/a lo percibe, reclama el estado anterior de las cosas y no esa distancia extraña que se está abriendo. Y muestra temor, claro, porque siente que aita o ama (o ambos, que el amor yace por doquier) se están alejando de él/ella.

 

  1. Cuando los/as menores (al igual que tras la separación) son menos visibles para los padres o las madres enamorados/as, es fácil que surja el malestar en forma de síntoma. Los trastornos de conducta o afectivos, un peor rendimiento escolar o las somatizaciones abundan. ¿Qué logran con ello? Simplemente comunicarse (transmitir su miedo, su rabia, incluso el dolor del otro papá o mamá), visibilizarse y comprobar si todavía son importantes para aita y/o ama. Y la contrapartida: si somos capaces de conjugar el enamoramiento con el marcaje estrecho a nuestros/as niños/as, si amar además, nos insufla energía y dicha, estaremos influyendo positivamente en ellos/as.

 

  1. ¿Opino que la empresa de volver a emparejarse, siendo padres/madres, es tan enmarañada que no merece la pena? No. La vida sigue, pero no deben olvidarse las heridas de guerra de nuestros/as hijos/as. Durante unos largos años, nuestra tarea es supeditarnos a sus necesidades (¡qué difícil es!) y es preciso encajar el nuevo contexto (pareja) en la capacidad, momento y psicología de los/as menores.

 

  1. Y, evidentemente, estas nuevas situaciones brindan una oportunidad de reparación y crecimiento para los/as niños/as. Una nueva relación de papá o mamá, establecida sobre unos cimientos sanos, donde se observa afecto y se transmite respeto suministra nuevos y eficientes modelos de pareja. Incluso, por qué no, un prototipo de pareja más sano que el que se había introyectado cuando los progenitores convivían. Una pareja sana puede “traer de vuelta” a aita o ama (al mejorar su estado de ánimo, su visión de la vida) si en la experiencia anterior abundaba el conflicto o la rencilla o, simplemente, la desidia.

 

  1. Algo básico, y parece que hasta imposible en estos tiempos, es que la separación previa de mamá o papá haya sido cordial, civilizada. Que no existan rencillas o conflictos que se mantienen o perpetúan a través de los hijos/as. Porque en algunos casos, conocer la existencia de un emparejamiento de nuestro/a ex aporta más gasolina al fuego (a veces, desgraciadamente, aporta uranio enriquecido mezclado adecuadamente con napalm). Como reiteré en otra ocasión, los casos más desgarradores de sufrimiento que he visto en los niños/as se vinculan con este tipo de separaciones donde se daña al otro/a a través de los hijos/as.

 

  1. Otro factor a tener en cuenta es el complejo acoplamiento de la nueva pareja a la dinámica familiar (y no digamos ya si esta otra persona es, a su vez, madre/padre). No se trata de un camino de rosas. Es importante que la nueva relación disponga de sensibilidad, que tolere la frustración de los/as menores, que maneje la mano izquierda, que nos sepa acompañar (si, además, es guapo/a estamos ante un milagro comparable al de Lourdes). No viene a sustituir a aita o ama, no confundamos al personal. Se trata de una relación romántica del progenitor/a, de un compañero de viaje.

 

  1. Algo obvio (pero que debo acotar, dado que habitamos tiempos en los que escasea el sentido común y la postmodernidad nos nubla la razón) es que hemos de anticipar nuestros movimientos ante los hijos/as. Sólo si es una relación estable (sospechando además que la estabilidad es relativa y una ilusión de los sentidos) se podrá introducir a esta otra persona en el día a día de los/as menores. Aquí apelo al sentido de responsabilidad de papá o mamá (en suma y sin rodeos: que la nueva pareja pase los controles de calidad más férreos porque está en juego nuestra dicha y la de los/as hijos/as). Que se trate de un proceso anticipado en todo momento, que sea progresivo, que se coteje con los hijos/as cómo lo llevan, cuáles son sus miedos o sus tristezas o alegrías. Nuevamente, estoy hablando de un vínculo que, desde la protección y la empatía, permita la entrada de otra persona que pueda aportar bienestar a nuestros hijos/as.

Ojalá las cosas fueran más sencillas. Estoy con usted. Pero la vida es como es, un viaje donde abundan los desencuentros y las despedidas con personas que entran o salen (incluyendo las parejas) pero donde permanecen vínculos difícilmente escindibles (los/las hijos/as). Y en ese trasiego pasan los días, los años y los suspiros. Conjugar el amor erótico y el amor filial requiere de una gran maestría en los malabares. Plantea un reto, conforma una posibilidad de reparación y, en ocasiones, implica un riesgo. Cada caso es un mundo.

Como siempre, en psicología al menos, no existen respuestas para el 100% de la población, cada familia requiere un análisis y unas propuestas diferenciadas. No duden en consultar sus dudas con un/a profesional si fuese necesario.

Y enamórense, eso sí, con mesura que los vuelos a Bora Bora están impagables.

Bittor Arnaiz.

Psicólogo Sanitario. Terapeuta Cognitivo y Especialista en Traumaterapia infantil sistémica

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