Es frecuente escuchar en consulta y fuera, las continuas quejas de las madres y padres sobre el comportamiento de sus hijas/os, ¿Por qué no obedecen? ¿Por qué pegan a su hermana? ¿Por qué gritan o no me hacen caso cuando les hablo? Las familias, a veces, llegamos a sentirnos desesperadas al no comprender qué les ocurre a estas niñas y niños que parecen empañadas en sacarnos de quicio.
¿Qué es lo que ocurre para que se porten mal? Resulta complicado responder a esta pregunta si únicamente nos centramos en lo que vemos, en la conducta que nos resulta molesta, sin ir más allá. Por ello, es importante que ante una conducta la observemos como si fuera la punta de un iceberg, es decir, una pequeñísima parte de lo que está ocurriendo, ya que detrás hay más factores a tener en cuenta y que ayudarán a comprender lo que ocurre.
1. Desconocimiento del desarrollo natural de las niñas/os.
Normalmente, las quejas de las madres y los padres de niñas/os de la misma edad suelen ser similares. ¿Esto es porque se copian? ¿Conspiran entre ellas y ellos para ponerse de acuerdo? Pudiera ser…sin embargo, la respuesta más sencilla suele ser la correcta. Esto sucede porque se encuentran en el mismo momento evolutivo y sus comportamientos son similares. Por ejemplo, que un niño de 2 o 3 años muerda o pegue, que rechacen algún tipo de alimento, que sus gustos cambien, que tengan miedo a la hora de dormir, que desobedezcan, que no escuchen y parezcan que están en la luna…todo ello responde a las características normales de las niñas/os que suelen estar en contacto con sus necesidades y éstas en ocasiones chocan con el ritmo de vida que llevamos. Además, son expertas en estar presentes en el “aquí y ahora” y las prisas y obligaciones del mundo adulto son ajenos a ellas.
Sin embargo, la mayoría de las personas adultas desconocemos cuales son las conductas normales y naturales de cada edad y etapa evolutiva (angustia de separación, autoafirmación…) que una niña o niño no quiera vestirse, quitarse el pañal, que se entretenga de camino a la escuela mirando cada cosa que ve, o que cuando va a vestirse se ponga a jugar, o le veamos abstraído en su mundo… significa, que simplemente está actuando para lo que están diseñados, jugar y explorar y que son conductas normales y que irán evolucionando con el tiempo. Eso no quita que para sean impedimentos o conflictos que resolver, pero no “se portan mal”. Ser conscientes de ello, pensar que no es “algo personal” con nosotras/os y que no lo hacen para fastidiar, es una buena actitud con la que comenzar a buscar soluciones que nos permitan afrontar mejor y de manera más respetuosa estos desafíos.
2. Exigencia.
Con frecuencia les pedimos más de lo que pueden hacer, y como no lo hacen interpretamos que se portan mal o nos “desobedecen”. Esperamos que hagan cosas por sí mismos, que se vistan que sean autónomos o que se controlen y no peguen, sin dedicar el tiempo necesario para capacitarlos, es decir, entrenarles, acompañarles y darles tiempo para que puedan adquirir esas nuevas destrezas. Queremos que lo hagan perfecto, a la primera, y como nosotros queremos.
Es importante recordar, que son personas en desarrollo; su cerebro está inmaduro y hay comportamientos para los que no están preparados aún. Esperar que hagan algo para lo que aún no están preparados es “pedir peras a un olmo” y ello nos va generar enfado, frustración e incomprensión.
Por ello, es importante ajustar nuestras expectativas a la realidad. ¿Esto que espero que haga es posible en este momento? Y ser conscientes de que todo aprendizaje requiere un entrenamiento, errores y tiempo.
3. Juicio: ¿mala o buena conducta?
Solemos decir que los niños se portan mal, son desobedientes e incluso malos.
Cuando hablamos desde un lenguaje que evalúa y etiqueta (bien/mal; bueno/malo), corremos el riesgo de juzgar no solo lo que el otro hace sino también a la persona. “Si me porto mal, soy mala/o”.
El modo en el que les hablemos, va a determinar su desarrollo de la autoestima y de esta manera se hablarán a sí mismas/os (“soy tonta”, “soy mala”, “me porto mal”; o “Soy buena y no puedo hacer nada malo porque cuando lo hago dejo de serlo”).
Que un niño pegue a su hermano es un comportamiento no deseable y por tanto habrá que buscar opciones y entrenarlas para que pueda ir cambiando su comportamiento por otro más adecuado y respetuoso.
Las/os niñas/os no se portan bien o mal, se comportan en base a sus necesidades y la emoción que están sintiendo en ese momento. Su conducta es un síntoma sobre algo que está ocurriendo y no hemos atendido, a mayor gravedad y violencia en la conducta, mayor es el nivel de malestar y más desesperada es su llamada de socorro.
4. Detrás de un comportamiento desadaptado, o molesto hay una necesidad sin cubrir y una creencia errónea sobre cómo obtenerla.
Como ya se ha comentado anteriormente, fijarnos únicamente en lo que las niñas y niños hacen implica quedarse en tan solo una parte de lo que está ocurriendo. Por ello, lo que hagamos irá encaminado a detener esa conducta y funcionará solo durante un tiempo, ya que el problema real no se habrá resuelto.
Es necesario que miremos qué está ocurriendo y vayamos más allá, para poder comprender lo que ocurre verdaderamente y emplear herramientas que no solo cambian la conducta si no que generen habilidades para la vida y les hagan sentirse realmente comprendidas/os.
“Una niña/o que se porta mal, es una niña/o desmotivada/o” Rudolf Dreikurs.
Rudolf Dreikurs, padre de la educación democrática y uno de los precusores de la Disciplina Positiva, explica que tras aquellas conductas de las niñas/os que nos hacen sentir malestar hay una necesidad sin cubrir y una creencia sobre cómo satisfacerla. Su conducta es el recurso que disponen para poder conseguirlo.
Estas necesidades son principalmente, el sentimiento de pertenencia (pertenezco a una familia, a un grupo, a una comunidad…) y la de importancia (soy importante cuando contribuyo y cuando soy tenida/o en cuenta). Cuando estas necesidades no están cubiertas, entonces tratan de obtenerlas haciendo cualquier cosa y en ocasiones a través de unas “metas erróneas”, que como su propio nombre indica, es una manera equivocada de conseguirlo.
Atención excesiva: “sólo siento que pertenezco cuando me prestan atención”. Las niñas/os tratan de conseguir esa atención (se pone pesada/o, llama nuestra atención constantemente, se queja sin parar o nos exigen que les hagamos cosas que ellos son capaces de hacer por si mismos). Lo que está ocurriendo es que nuestras hijas/os no se sienten importantes, “mirados”, y les falta nuestra presencia, ya que con frecuencia, les prestamos más atención ante estos comportamientos, que cuando nos piden jugar o que pasemos tiempo con ellas/os.
Poder mal dirigido: “sólo siento que pertenezco cuando mando; no puedes obligarme”. Se sienten tenidos en cuenta cuando hacen lo que quieren o deciden. Por eso suelen oponerse o negarse a hacer lo que les pedimos, y se genera una lucha de poder entre el adulto y el niño. Esto suele ocurrir porque normalmente no son tenidos en cuenta, no suelen participar o tomar decisiones apropiadas a su edad (elegir su ropa, elegir la fruta, dar opciones para un plan en familia, etc).
Venganza: “siento que no pertenezco y por eso te hago daño”. En este caso, la niña/o se siente dolida/o y muestra su dolor dañando a los demás (agrede física o verbalmente, rompe y estropeas cosas) porque no se siente ni importante ni tenido en cuenta. La razón que se esconde es que hemos podido dañarlos y no hemos sido empáticos con su malestar ni validado sus emociones, centrándonos en la crítica sobre su conducta o su persona. No se sienten amadas/os de manera incondicional, es decir, independientemente de lo que hagan.
Insuficiencia: “haga lo que haga no soy importante ni tenido en cuenta, me rindo, por eso no esperes nada de mi”. Se siente incapaz, cree que no va a cambiar su situación da igual lo que haga. Está desmotivada, ausente, indiferente, pesimista y repite «no puedo» con frecuencia. Esto nos genera frustración, nos sentimos desesperados y con ganas de tirar la toalla. En ocasiones, se llega a esta situación por un exceso de crítica y comparación con los demás, o porque se han sentido incapaces muchas veces al ser rescatados por los adultos (“ya lo hago yo”). Se han rendido y puede llegar a haber un problema muy grave si no tratamos de devolverle la confianza con pequeños objetivos que puedan lograr.
Los castigos, amenazas y chantajes, son estrategias que perpetúan estas metas, ya que no van a la raíz del problema. La tapamos por un tiempo ya que la creencia errónea sigue ahí, sin ser resuelta. Además, estas acciones, tienen como consecuencia que les hacen sentirse peor de lo que ya se sienten y tratarán de evitar el castigo mintiendo o sometiéndose pero las necesidades siguen insatisfechas. Y como dice Jane Nelsen, “¿De dónde hemos sacado la loca idea de que para que los niños se porten mejor, tenemos que hacerles sentir mal?” Las personas colaboramos cuando nos sentimos bien, aceptadas e importantes.
«La “mala conducta” no es más que una falta de conocimiento, una falta de competencias eficaces, una conducta apropiada para la etapa de desarrollo, una expresión de desánimo o desmotivación, o a menudo, el resultado de algún accidente que nos induce a reconectarnos con nuestro cerebro primitivo, donde la única opción radica en entablar luchas de poder o en retraernos o no comunicarnos”. Dr. Jane Nelsen.
Lorena Méndez Robredo. Psicóloga General Sanitaria y Educadora en Disciplina Positiva.