La incertidumbre es un terreno en el que el ser humano suele sentirse incómodo. En general las personas buscamos nombres a lo que nos pasa, puntos de anclaje que nos permitan sentir una cierta seguridad en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, hay momentos en las historias personales y colectivas que hacen tambalear el terreno sobre el que pisamos. Sin duda, vivimos uno de esos momentos, incierto, en tanto nos hemos encontrado con un real cuyo nombre es un virus(Covid-19), pero cuyo comportamiento nos resulta extraño e incluso, a veces imprevisible.
El encuentro con un real en la experiencia humana suele implicar lo que nombraré como “una desgarradura en el saber”. Cuando esa desgarradura aparece en nuestras vidas puede paralizarnos o activarnos. En todo caso nos obliga a preguntarnos por los recursos y herramientas con los que contamos. Buscamos en nosotros mismos las herramientas para ver qué tratamiento dar a lo nuevo, a aquello para lo que no estábamos preparados. A veces en esa búsqueda necesitamos la ayuda de otros. Es curioso porque toda esta incertidumbre que introduce en nuestras vidas el virus es una incertidumbre que de otro modo también encontramos frente a las adolescencias.
“Yo de eso no voy a hablar”
En un artículo anterior les decía que el estado natural de los y las adolescentes es el de estar en una situación de aislamiento. Hoy día cuando hablamos de aislamiento resuena con confinamiento. Los y las adolescentes suelen pasar parte de su tiempo encerrados y aislados: en su habitación, en las pantallas, en su música. De hecho si nos planteamos áreas para valorar el momento adolescente, ya les decía anteriormente que una de ellas, muy fundamental es la de la intimidad. Contrariamente a lo que puede parecer, es muy importante que se inicie la búsqueda y construcción de la intimidad. Nos indica que hay áreas del mundo interno de los y las adolescentes que pueden estar preservadas. Nos obliga a los que trabajamos con ellos y ellas, a sus padres, madres y referentes a respetar el “yo de eso no voy a hablar” o “por qué te lo voy a contar si no te conozco de nada”. Es un momento en que prevalece la desconfianza que no es más que la prudencia frente al Otro desconocido.
Decía que su estado natural es estar confinado , siempre que dispongan de espacios para ello. Otros modos de confinamiento pueden ser, por ejemplo, las prácticas de consumo que les funcionan como burbujas o el refugio en el grupo de iguales. Pero tener espacios “de encierro” los protege del confinamiento que impone la Covid 19, ya que esto les supone una convivencia permanente con el mundo adulto. Sin embargo lo que al principio parece funcionar si se prolonga, es fuente de inquietud. Esa inquietud se presenta a tres niveles: a nivel del cuerpo (miedo al contagio o a los pensamientos); a nivel de la convivencia (el tema del vínculo) y a nivel de las pérdidas: por ejemplo duelos a realizar sobre personas o experiencias no vividas.
Muchos adolescentes y jóvenes han tenido que comenzar durante el confinamiento los estudios universitarios. Se enfrentan a una universidad que no era la que esperaban: ¿Cómo conocer a otros?¿Cómo vivir unos estudios que los dejan solos?
“Les he regalado un verano“
Otras adolescentes, durante los meses de confinamiento, hablaban en sus sesiones telefónicas del impulso que sentían a escapar de casa. Comentarios como “no estoy acostumbrada a estar todo el día con mis padres”; “les he regalado un verano”; “Hace meses que no salgo de fiesta”, dan cuenta de la desazón y el desajuste que supone en sus vidas lo vivido durante este tiempo de pandemia.
Otro joven a punto de cumplir los 18 años pide una sesión extra porque se da cuenta que está discutiendo mucho con los padres en estos días: “Si discuto tanto con mis padres no pueden ser los otros. Soy yo”. Habla de la idea que él tenía respecto a la celebración de su 18 cumpleaños y la tristeza, por momentos, y la ira, en otros, que le provocaba que esa fecha transcurriera dentro del encierro. Aparece para él la dimensión de una pérdida que no había sentido previamente. El tiempo empieza a transcurrir y por primera vez se confronta con lo que no volverá(antes evitaba verlo) y ahora no puede dejar de reconocerlo. El confinamiento por lo menos en un primer momento introdujo en nuestras vidas una pregunta fundamental sobre cómo queremos vivir nuestro tiempo.
Otra adolescente me explicaba que cuando empieza el confinamiento corta con todas las redes sociales porque decide que será un momento para concentrarse en sí misma. El efecto de esa concentración es que no puede parar de pensar. Extiende sobre sí sus preguntas hasta el infinito y alterna entre la depresión y el miedo. Por un lado no puede parar de libidinizar su pensamiento y por otro lado teme volverse loca y por eso consulta.
También están los adolescentes que sienten “que es mejor acabar con todo” ya que no visualizan la salida. A estos adolescentes es muy importante ofrecerles ayuda especializada para que puedan interrogar y poner a distancia esta certeza.
Vemos entonces que el confinamiento produce efectos y usos particulares. Los adolescentes que atiendo se preguntan, no siempre con palabras, cómo pensar la salida, si hay algo que se puede recuperar y qué tratamiento dar a las pérdidas.
Es decir que se preguntan por el efecto que este momento particular tendrá sobre su subjetividad. Por ejemplo ¿cómo será vivir con este nuevo higienismo, esta nueva disciplina moral que nos pide lavarnos, mantener las distancias, no tocar superficies extrañas, no salir a la calle o salir más bien poco?
Conversar no es lo mismo que interrogar
Las adolescencias son los tiempos que implican una “delicada transición”: es una zona oscura en la que el sujeto tiene que empezar a dejar de esperar que los adultos les den las soluciones. Por eso muchas veces hablamos que es un tiempo de despertar. Pero es un despertar que no se produce de una vez: es una oscilación entre dormirse en el tedio, el aburrimiento de la demanda al otro y empezar a tomar a cargo. Tomar a cargo tiene dos caras: por un lado se trata de empezar a desear y por otro se trata de responsabilizarse de lo que uno desea.
Sin duda, en estos tiempos de incertidumbre, es necesario abrir espacios de conversación con los adolescentes. Pero hay que ser cuidadosos y diferenciar: conversar no es lo mismo que interrogar. A veces los padres y las madres creen que una conversación se basa en un interrogatorio al que someten a sus hijos cada vez que hay una oportunidad. No se trata de eso. En la conversación las personas adultas también tienen que poner en juego las narraciones propias sobre lo sabido y sobre las dudas que tienen respecto a cómo hacer con este tiempo que nos tocó vivir. Los adolescentes necesitan, en cierta medida, saber sobre las fortalezas y fragilidades de sus padres, madres y referentes. Eso los deja menos solos frente a su propia fragilidad: visualizan que con ello se puede vivir y se puede hacer. Eso es mucho…
Susana Brignoni, psicoanalista y psicóloga clínica
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