“La incertidumbre es una posición incómoda, pero la certeza es una posición absurda”. Voltaire
Cuando se inicia un proceso de psicoterapia se plantean, al menos, dos retos. El primero es devolver a la persona el control y la gestión de sus propios pensamientos, emociones y conductas (es decir, que estos procesos no conformen una fatalidad determinada por su historia, los demás o el mundo). Un segundo desafío, consiste en lograr que la propia psicoterapia desaparezca, que sea innecesaria porque quien consulta se ha convertido en su propio/a terapeuta.
Este mismo planteamiento puede extenderse ante el panorama que se nos abre, a veces cual abismo a nuestros pies, como progenitores de niños/as pequeños/as (muy dependientes) en los tiempos del Covid-19. Como mencioné en otros textos (por ej. el artículo del 23 julio de esta misma web), pareciera que la formación académica de nuestros/as menores debe, de un modo perverso, facilitar procesos ajenos a la propia educación o necesidades de los/as menores. Esto es, el sistema educativo parece diseñado para permitir a los/as adultos/as su ritmo de vida, satisfacer sus necesidades personales o no incordiar sus horarios laborales.
¿Y qué ocurre en el otoño del Covid-19? Que todo ese frágil equilibrio (sustentado por menores y progenitores sobreexigidos) se ve gravemente amenazado.
Mientras escribo estas líneas (en pleno estío y con el sol achicharrando unas vacaciones atípicas) ignoramos cómo será el inicio de las clases (¿presencial, virtual, a turnos, una mezcla de todo ello…?) y la pregunta que resuena por doquier es: “¿Cómo vamos a organizarnos los padres y las madres?” Esta coyuntura me recuerda a una grandiosa aseveración, de Anthony de Mello, que dice que cuando alguien se encuentra en una piscina con la mierda hasta el cuello, lo único que desea es… que no se hagan olas. Es decir: el precario (y a veces insano) estado de las cosas que conocíamos, y que distaba bastante de satisfacer a progenitores e hijos/as, ni siquiera parece que vaya a continuar este año y, además, será añorado.
Retomo ahora nuevamente la idea del párrafo inicial. ¿Qué podemos hacer para lidiar con esta situación de inseguridad? ¿Cómo podemos trabajar nuestro bienestar emocional? ¿Cómo convertirnos en nuestros propios terapeutas o los de nuestros/as hijos/as? Adelantando que no existe una salida perfecta, plantearé algunos puntos que, ojalá, inciten a la reflexión.
1. La incertidumbre siempre estuvo ahí afuera, no conforma un elemento novedoso en nuestra vida. El psicólogo Albert Ellis decía que no sabemos nada del futuro. Absolutamente nada. Sólo que un día, no sabemos cuál, falleceremos. Lo demás son cábalas y autoengaños. Vivimos en una
incertidumbre constante, a veces sin conciencia de ello, y no nos va tan mal. Realmente, desconocemos como será el futuro y, no por ello, caemos en la angustia más desoladora. Ignoramos qué ocurrirá en septiembre. Podemos sufrir por ello, no dormir, flagelarnos, llorar… Y seguiremos sin saber qué ocurrirá en septiembre. Prescindamos, pues, de lo inservible. Tal y como refleja un antiguo aforismo: “Si tu mal tiene remedio, ¿por qué te afliges? Y si no lo tiene, ¿por qué te afliges?”
2. La importancia de nuestras reacciones emocionales en los/as propios/as hijos/as. Sabemos que los/as niños/as (y más cuanto más pequeños/as son) aprehenden el mundo observando las reacciones de las personas adultas. Los/as niños/as carecen de experiencia, ignoran la gravedad o peligrosidad de ciertos contextos. ¿Qué tan grave o peligrosa es la vuelta a las aulas, la cancelación de las clases presenciales o la pandemia? Para los/as menores, será tan grave o peligroso como lo transmitan los propios adultos significativos. Este interjuego tan poderoso se ejemplifica, de un modo extremo, en la película de Roberto Benigni, “La vida es bella”: si el padre no es prisionero de un campo de concentración, el hijo tampoco.
Nuestros/as hijos/as “sabrán” que la situación es grave si nuestras verbalizaciones, respuestas emocionales o conductas así lo demuestran. No contemplan que los progenitores pueden distorsionar (o amplificar) el contexto en función de su propia historia de vida. Los menores creen que los adultos reflejan, como un espejo, la situación objetiva.
3. No exponer a los/as menores nuestras quejas sobre los malabares o dificultades que conlleva conciliar. Lo único que lograremos es generarles culpa y que se sientan una carga. Claro está, ello no nos exime de responsabilidad y de intentar cambiar lo modificable. Como progenitores, por ejemplo, debemos apoyar aquellos proyectos y políticas que favorezcan el bienestar psicosocial de los/as menores y familias. Realmente existen entornos, modelos de sociedad y coyunturas que enferman a las personas (y de los cuales debe huirse).
4. Manos a la obra. Evidentemente, ayuda trabajar activamente para anticipar soluciones (parciales o no) ante una posible NO vuelta a clases, tal y como las conocíamos. Soy consciente de que es sencillo plantearlo y complejo llevarlo a cabo (la imaginación al poder), pero, a su vez, lo único que tengo claro es que actuar, y planificar, reducirá nuestra angustia.
5. Reflexionar sin tregua para actuar de continuo. Septiembre conforma un desafío magnífico, como la vida en sí también lo es, incesantemente. Creo que nos beneficia pensar, sin descanso, sobre nuestra existencia, sobre cómo vivimos, sobre cómo deseamos ser recordados por nuestros hijos/as, acerca de qué nos hace felices. Empleemos la crisis para crecer y cambiar (vivimos demasiado tiempo en modo automático, previsibles, presos de agendas y de corsés psicológicos).
6. Septiembre será como deba ser. No importa lo que deseemos, lo que nos implique. No importa lo que suframos por ello. No queda en nuestras manos, como muchas otras cosas de la vida. Centrarnos en la tarea, asumir la entereza emocional, mostrar un modelo sano para nuestros/as hijos/as, cuidarles, etc.… No es poco y, a la vez, constituye todo cuanto podemos
acometer. El modo en el que afrontemos septiembre no depende primordialmente de las circunstancias sino de nuestra actitud ante ellas. Asumir los hechos constituye el punto de partida de cualquier acción.
7. Magia. Puede que quienes se hayan lanzado a la lectura del artículo en busca de la solución perfecta o la magia prometida se hayan decepcionado. Creo que señalar nuestra capacidad de lucha, aceptar lo que no puede modificarse y fomentar la resiliencia conforman casi toda la magia con la cual nos enfrentamos al mundo. Y no es poca: sin ella, los obstáculos crecerían hasta ser insuperables.
Para concluir, creería que ahora somos más fuertes, sabios/as y estoicos/as que en marzo. En mi caso (y en el de casi todos/as), la suspensión de las clases, el encierro, la incertidumbre conformaron una experiencia dura y estresante, donde hice lo que pude. Y aquí estamos de nuevo, jugando a la vida y con el reto de proteger a nuestros/as hijos/as. Ojalá dentro de unos años, este otoño nos sirva para contar historias de superación a nuestros/as hijos/as ya adultos/as.
Bittor Arnaiz Adrián. Psicólogo. Programa de intervención psicosocial del Ayuntamiento de Bilbao. Agintzari Cooperativa de Iniciativa Social.