Una mirada a la educación desde nuestra naturaleza psicocorporal

naturaleza psicocorporal

Todo lo que podemos contemplar en un ser humano lo percibimos desde su corporalidad y nos llega a través de nuestra corporalidad. A través del cuerpo transmitimos, y a la vez nos llega, gran cantidad de información, de la que en gran parte no somos conscientes. Mi intención es aportar desde el campo de la Psicología Integrativa, y en particular desde el sistema Río Abierto, una mirada atenta a nuestra presencia en el cuerpo en nuestra función de acompañamiento en la educación como padres, madres, terapeutas y educadores/as.

¿Cómo es esto de nuestra naturaleza psicocorporal?

Generalmente nos identificamos más con nuestras ideas y pensamientos, esto es, la inteligencia cognitiva. Desde hace algún tiempo hablamos cada vez más de la inteligencia emocional, como la capacidad de reconocer y gestionar nuestras emociones, así como de empatizar con los sentimientos de otras personas.

Hay una tercera inteligencia: la sabiduría de nuestros cuerpos, conectada con lo instintivo, con eso que el cuerpo siente y a su manera nos cuenta, es una línea directa de conexión con nuestra salud si podemos escuchar qué necesita: qué alimentos nos hacen bien ahora , cuándo necesita moverse o descansar. Es en esta naturaleza sensible donde se manifiesta a su vez el efecto de nuestros pensamientos.

Lo que pensamos y sentimos va tomando forma manifestándose en cómo habitamos nuestro cuerpo, en cómo nos expresamos, porque es a través de él que nos relacionamos con el mundo. Y es él quien guarda la memoria de nuestra historia. 

Somos seres con tres cerebros

Consciencia, emociones y corporalidad son tres manifestaciones de una misma realidad: quienes somos.

En la infancia el desarrollo es somatopsíquico, es decir que nuestra identidad, nuestro “yo psíquico” se forma a través de todas las experiencias que nuestro cuerpo registra en contacto con el mundo, la forma en que nos tocan, en que nos miran, es una información que nos llega desde nuestros primeros contactos acerca de quienes somos, y cómo merecemos ser tratad@s.

Nuestro desarrollo embriológico ilustra, de manera interesante, nuestras funciones y cómo se relacionan entre sí, veamos cada una de estas inteligencias y qué necesitan para su desarrollo:

La capacidad cognitiva se origina en el cerebro y en los órganos de los sentidos, tiene que ver con cómo percibimos al mundo y a nosotr@s mism@s. Este lugar tiene una gran capacidad de aprendizaje, necesita contacto con el exterior a través de la piel, la mirada, los sonidos; necesita estímulos adecuados a cada etapa del desarrollo, poder comunicarse y ser recibido.

Nuestro mundo emocional surge del mismo lugar desde donde se genera nuestra energía, en los órganos internos: el sistema digestivo y respiratorio;  es donde sentimos nuestro mundo interior. Necesita espacio para respirar y permiso para sentir y expresarse.

El sostén y el movimiento  fluyen a través de los músculos y articulaciones, determinando nuestra capacidad de acción en el mundo y cómo se manifiesta en la expresión corporal en nuestras relaciones. Necesita libertad de movimiento en un entorno seguro; también necesita límites.

Estas tres inteligencias  cognitiva, emocional y motora, cuando están conectadas entre sí nos permiten sentir nuestra unidad y conexión con el mundo, nuestro sentido del “yo” está enraizado en nuestra experiencia corporal, podemos sentirnos libres y expresarnos conscientemente  y a la vez estar conectad@s con lo que nos rodea.

En mayor o menor medida a lo largo de nuestro desarrollo, se producen experiencias dolorosas que cuando se repiten, o tienen un nivel de intensidad grande, o ambas cosas, se da una distorsión en el funcionamiento de esas inteligencias. De este modo, generamos estrategias para protegernos del dolor, que a la vez nos defienden de las sensaciones de vida.

Esta repuesta aprendida queda fijada en nuestro cuerpo, limitando nuestra capacidad de conexión con nosotr@s mism@s y con el  mundo, aunque en su momento nos ayudó a salir adelante. Estos procesos normalmente no son conscientes, se manifiestan a través de tensiones o somatizaciones.

La maternidad, paternidad y el lugar de educadores/as nos permite acompañar desde otro lugar el proceso de la vida de nuestr@s niñ@s en sus diferentes etapas.

La primera necesidad de un ser humano es ser visto y reconocido como quien es, ser aceptad@ tal como es y en lo que siente. Para mirar a nuestr@s hij@s desde la mayor aceptación que nos es posible, necesitamos  aprender a aceptar también nuestros sentimientos y estados. Esta mirada de aceptación supone una forma de nutrición esencial: cuando nos sentimos aceptad@s sentimos nuestro derecho a Ser.

Esta actitud en la vida adulta genera la capacidad de confiar y aceptarnos a nosotr@s  mism@s, actitud que se extiende a otras personas. Desde ese lugar de autoestima, todo lo demás puede ser aprendido.

Otro punto fundamental es la mirada a las emociones de nuestr@s hij@s. L@s niñ@s sienten todo, aunque no sepan nombrar lo que sienten. Somos l@s adult@s l@s que ponemos

nombre a sus emociones, y a menudo les damos una valoración como buenas o malas, adecuadas o inadecuadas y realmente todas ellas forman parte de nuestra naturaleza. Para poder gestionar mejor nuestras emociones necesitamos empezar por respetarlas y aceptarlas.

Es fundamental desarrollar un lenguaje que nos permita reconocer las emociones y sentimientos, aprender a ponerles nombre adecuadamente.

En la infancia somos muy sensibles a la energía del entorno. También somos muy transparentes, las expresiones del rostro de un niño, la mirada de una niña, nos dejan ver cómo se siente, nuestros cuerpos son por naturaleza expresivos.

Cuando un niño o una niña crecen con permiso para exteriorizar sus emociones, sentir y expresar forman una unidad, igual que inspiramos y exhalamos aire.

El significado etimológico de la palabra emoción, emovere, significa moverse hacia fuera.

Las emociones son una forma de comunicación, vienen de nuestro mundo interno para tocar al mundo externo. Si las dejamos fluir, pronto pasarán, dejando espacio en el cuerpo para nuevas vivencias.

Sin embargo, cuando las juzgamos como inadecuadas o las ridiculizamos, nuestros niños y niñas aprenderán que eso que viene de dentro “es malo” y que pueden ser rechazad@s por sentirse así.

De este modo, la mente se vuelve en contra de la emoción, pero la emoción la sentimos en el cuerpo, así que el cuerpo aprende cómo reprimirla. Para eso necesita contraer los músculos que usaría para expresarla y esto afecta al natural movimiento de la respiración, bloqueando el diafragma. Se genera así un conflicto interno que se expresa a través de una tensión; si esta experiencia se repite, da lugar en mayor o menor grado a una desconexión de su yo corporal. Paradójicamente, las emociones reprimidas no desaparecen, nos siguen acompañando a lo largo de la vida hasta que encuentran un espacio donde aprendemos que pueden ser acogidas. Cuando esto ocurre, podemos abrazarlas y volver a recuperar nuestro sentido de unidad.

La salud desde el enfoque de Río Abierto tiene que ver con el cultivo de nuestra plenitud a lo largo de la vida.

Crecer permitiendo que estas tres inteligencias – cognitiva, emocional y motora – tomen todo su espacio y trabajen juntas, permite un mayor enraizamiento de la consciencia en el cuerpo.

Cuando como madres, padres o educadores/as confiamos en la capacidad de una niña para aprender a caminar, en su capacidad de aprender a través de la práctica, en vez de señalar sus errores, estamos transmitiéndole que puede confiar en su propio cuerpo.

Cuando un niño nos dice “me duele la barriga” podemos invitarlo a encender una linternita imaginaria para mirar por dentro a su cuerpo y preguntarle ¿qué dice tu tripita?, estamos transmitiéndole nuestra confianza en que su cuerpo sabe y él puede escucharlo.

En la vida adulta, la confianza en nuestras sensaciones nos permite desarrollar un mayor enraizamiento en nuestra vida emocional y afectiva. Aceptar nuestros sentimientos nos ayuda a desarrollar una mayor autoestima y conexión con nuestra realidad y generar vínculos satisfactorios.

Desde la infancia, y a lo largo de nuestra vida, el reconocimiento de nuestros dones nos ayuda a encontrar nuestro lugar en el mundo, a descubrir nuestra vocación. Enraizarnos en la consciencia de que hay algo único que cada un@ puede aportar al mundo, nos ayuda en el desarrollo profesional desde un lugar que nos permite seguir creciendo y aportar lo mejor de nosotr@s.

Estamos hech@s de energía, es ella la que anima esas diferentes funciones, todas ellas manifestaciones de la vida en nosotr@s.

Generamos campos de energía que contienen nuestras las cualidades, como diferentes colores e intensidades que irradian a nuestro ambiente.

Nuestra propia aceptación como educadores/as, la conexión con lo que está presente en nuestra experiencia corporal y emocional genera un campo de energía que transmite inmediatamente ese permiso de Ser a nuestr@s niñ@s, permiso y apoyo para crecer en libertad, creatividad, amor y consciencia.

Gracias por estar ahí y seguir acompañando la vida.

Mª Sol Román Mateos. Psicóloga y terapeuta psicocorporal  

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